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En los ojos de un castañeda.

Foro El secreto de Puente Viejo

En los ojos de un castañeda.

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En los ojos de un castañeda.

#0 eiza
eiza
30/08/2011 16:07
enlosojosdeuncastaneda


"EN LOS OJOS DE UN CASTAÑEDA" es una historia alternativa pero siempre vista desde los ojos de un Castañeda. Aunque el gran protagonistas sera Ramiro, que ya iba siendo hora de que tuviera trama propia, y al no hacersela los guionistas, me he decidido ha hacersela yo.
#1 eiza
eiza
30/08/2011 16:07

EN LOS OJOS DE UN CASTAÑEDA




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Despuntaba el alba en la casa de la familia Castañeda. Rosario apuraba a Mariana, debían de darse prisa si querían llegar a tiempo a la casona y prepararlo todo para cuando la doña y la “señorita” Soledad despertaran. Juan, después de hablar con Don Anselmo, se levantaba decidido a intentar hacer algo de provecho con su vida, recordó varias conversaciones que había tenido con sus hermanos, y aunque no se lo admitiera de frente, él sabia que llevaban razón. En el pasado había cometido sus errores, muy graves, era cierto, pero de nada valía ya llorar por ellos, lo único que podía hacer ahora era levantar la cabeza y tirar para adelante, pero no podía hacerlo trabajando para Doña Francisca, no, debía buscarse su camino por otros lares, tal y como debió hacerlo entonces, en vez de perder todo cuanto tenia y ahora anhelaba. Por su parte Alfonso y Ramiro cogían sus herramientas para salir al tajo. Ser bracero para Doña Francisca, y a las órdenes de Mauricio no era tarea fácil desde luego, pero ellos tiraban siempre para adelante haciendo su trabajo y parte del de los demás, ya que hacían como cuatro braceros en lugar de cómo dos. A trabajadores no había quien los ganase, y en buenas personas, rescatadores y con todos los arrestos del mundo tampoco, pero solo en cuestiones de peligro de muerte, en cuestiones de amor, ya era otro cantar.
Alfonso llevaba mucho tiempo obsequiando secretamente a Emilia, la hija de Raimundo, el tabernero, estaba enamorado de ella desde que tenia uso de razón, pero siempre se vio pequeño e inferior a su lado, y nunca tuvo los arrestos suficientes para declararse. Lo de los regalos fue más fácil, aprovechó ser un gran amigo de la familia, para observar las reacciones de ella, esto y los ánimos y achuchones de su hermano Ramiro y del propio padre de la susodicha hicieron que intentara declararse cuando de repente todo estalló antes de que pudiera hacerlo, Sebastián, el hermano de Emilia, se había metido en problemas una vez más, y Alfonso tuvo que dejar su declaración para acudir en la ayuda de su amigo. Las cosas no fueron a mejor, al contrario, Sebastián acabó encarcelado y Emilia andaba fría, distante y cabreada con el mundo. Pago su frustración con el “admirador secreto” delante de él, que no pudo otra cosa que sentirse realmente herido, y acabar, una vez más, lamiéndose sus propias heridas él solo. Aún así no se separó de ella, permanecio a su lado, como si no hubiera pasado nada, intentando animarla, consolarla, abrazarla, amarla y muchas cosas más. Cuando Sebastián fue puesto en libertad, él se vistió con su mejor gala, se acicaló e intento sacar los arrestos para decirle la verdad, pero antes de poder hacerlo ella lo desanimó diciéndole que era un hermano más para ella. ¿Cómo iba a declararle el amor que sentía hacía ella si solo lo veía como a un hermano? Por un momento se le acabaron las fuerzas y las ganas de seguir estando a su lado, se sintió morir, exterminado. Sintió como si todo se le escapara como agua entre los dedos. Y cuando al día siguiente, en la taberna, mientras brindaban por la liberación de Sebastián, ella pidió “disculpas” en su nombre, por andar un poco alelao, por una moza del pueblo. No aguantó más, se fue sin mediar palabra de la taberna, “tu si que andas alelada Emilia Ulloa” pensaba mientras se alejaba. Toda esta situación le superaba y le partía el alma en trozos demasiado pequeños para poderlos remendar. Sintió que todo se había acabado aún antes de empezar. La había perdido. En realidad nunca la perdió porque nunca la tuvo. Así se lo contó a Ramiro, confesando, ese intento, una vez más, frustrado, en el que intentó decirle que cada minuto de sus días solo tiene sentido, porque la verá a ella. Que ya había hecho todo lo que estaba en su mano. “No, todo menos lo más importante. Mirarla fijamente a los ojos, sacar la voz del corazón y decirle, sencillamente: TE QUIERO. Y si entonces te sigue viendo como a un hermano. Ahí se acabo todo”. Esas fueron las palabras de Ramiro. A veces le costaba darse cuenta de lo maduro que era Ramiro para ciertas cosas. Cómo podía saber tanto, si nunca se había enamorado. Las palabras de su hermano hicieron mella en él. Cogió aquella cajita de música, echa añicos, la recompuso y haciendo acope de fuerzas, valor y redaños, se planto en la taberna, con ella en la mano, para volvérsela a regalar. Sin saber cómo, ni por qué, la conversación volvió a acabar en “la moza” de la que ella creía, que él estaba enamorado. El le dijo que: “ella no lo nota”, y la miraba a los ojos, buscando un gesto, una mirada que le diera a entender, que se equivocaba. Mas se le volvió a caer el mundo a los pies, cuando ella, le espetó que si te enamoras de alguien, y ese alguien no lo nota, malo. Pero después, ella puso su mano en su mejilla, lo miró y le dijo “Pero peor para ella, porque no encontrará hombre mejor en todo puente viejo”. Y con esa sensación, agridulce, con el pensamiento de su mano en su mejilla, él se había vuelto a su casa, cargado en igual medida, de esperanza y desilusión, por que si no hay mejor hombre en todo puente que él, ¿Por qué no lo nota?
Por su parte Ramiro, arto de ver los desvaríos que el amor producía en personas tan allegadas a el como Sebastián, que se había jugado el pescuezo y la libertad, por una mujer que solo lo había utilizado. O su propio hermano Juan, que toda la vida había estado enamorado de Soledad y cuando por fin estaban casados, después de muchas lágrimas, sudor y sangre, cuando ella esperaba un hijo de él, habiendo superado todos los obstáculos de la Paca, que no fueron pocos, y después de que ella renunciara a todos los lujos y riquezas que tenia junto a su madre, una infidelidad con una duquesa ramera lo echo todo a perder. Para mas inri, después de una discusión con Juan, Soledad perdió el bebe y esto acabo de abatir a Juan. Por si no fuera suficiente, ver a su hermano Alfonso, al que tanto admiraba y del que tanto había aprendido, con el que compartía prácticamente todo en esta vida, tan abatido y amedrantado por amor. Alfonso Castañeda, que no se amedranta ante Mauricio, el esbirro de la Doña, ¿amedrantado por amor? A Ramiro le parecía del todo inusual, hasta tal punto, que no creía en el amor, pensaba que solo hacia que las personas cometieran locuras y estupideces, y había llegado a la conclusión, de que él seria un picaflor para los restos.
#2 eiza
eiza
30/08/2011 16:08
En esos pensamientos andaban los dos, callados, camino a los campos de la Paca, como la llamaban a espaldas, Alfonso sin poder dejar de pensar en Emilia, en lo bella que esta con el pelo suelto, en su sonrisa, en su mirada, en ese abrazo que se habían dado hacia unos días, en el que había sentido tantas cosas y había anhelado tantas otras, pensaba a que sabrían sus labios y una sonrisa se dibujaba en los suyos al imaginarse posándose con los de ella. Ramiro lo observaba en silencio, no le hacia falta preguntar para saber en que pensaba, o mejor dicho, en quien, y eso le hacia plantearse con mas fuerza, si cabe, ser un picaflor.

Y de repente, unos gritos, alguien llama su atención, los dos se miran y sin pensarlo dos veces, corren hacia esos gritos de mujer no muy lejanos a ellos.

- ¡Auxilio! ¡Por favor que alguien me ayude!

Corrieron como posesos y enseguida llegaron hasta la causante de los gritos: era una muchacha joven, algo menor que Ramiro, delgada y de piel blanca. El pelo oscuro largo y ligeramente ondulado le caía hasta la mitad de su espalda. Tenia los ojos negros como el carbón, pequeños y almendrados y una vez que Ramiro los hubo mirado no pudo mirar otra cosa, ni siquiera se dio cuenta de que la muchacha, bañada en lágrimas, sostenía la cabeza de una mujer desmayada, pálida, muy pálida, desgatada, quien sabe si por como la había tratado la vida, por una enfermedad que la acechaba, o por ambas.

Fue Alfonso el que corrió a socorrerla. Ramiro aun seguía perdido en los ojos de la muchacha.

- ¿Qué ha pasado muchacha? – dijo con tono de preocupación mientras se agachaba a ver como se encontraba la señora, su cara le sonaba de algo, no recordaba de qué.
- ¡Es…es…es….es mi madre! ¡Esta enferma! venia cansada, llevo rato diciéndole que descansara y no ha querido hacerme caso – La muchacha, hablaba tan rápido que los hermanos apenas podían entender la mitad de lo que decía, no paraba de gesticular con las manos. Alfonso pensó que estaba muy nerviosa, no nerviosa no era la palabra, estaba histérica - ¡Esta empeñada en llegar a su destino cuanto antes! ¡Dice que no le queda tiempo!
- Tranquilízate – dijo Alfonso mientras comprobaba, que solo era un desmayo, la señora, a la que cada vez que miraba más sentía que ya la había visto antes, aún respiraba – Si no la que va a acabar desmayada vas a ser tu. Ramiro, ve corriendo a buscar a Pepa, no vuelvas sin ella, yo me encargo de llevar a la señora a nuestra casa, que es lo que pilla mas cerca.

Ramiro seguía en otro mundo.

- ¡Ramiro!
- Voy – dijo este saliendo de su letargo – ¡En seguida estoy de vuelta!

Alfonso cogió en volandas a la señora.

- Sígueme, la llevaremos a mi casa.

La muchacha asintió, se dio la vuelta y cogió un maletín no demasiado grande, marrón, viejo y desgastado, y un zurrón que parecía echo a mano, cosido con retales de tela de los que andan por toda casa de dios, un recuadro de cada color, que lejos de parecer estridente, le otorgaban gracia, alegría, juventud y sobretodo, vida. En el centro del zurrón, había un recuadro blanco, el único sin color o estampado, y en el había bordadas a mano las letras VM.

Alfonso, con la señora en volandas y la muchacha detrás de él cargada con las pocas pertenencias que las acompañaban a su madre y a ella en el camino, llegaban a casa de los Castañeda cuando Mariana y Rosario salían de esta, Juan se fue cuando ellos por otro camino y ya debía de andar lejos.

- Pero….hijo de mi vida ¿Qué es lo que ha pasado? – Rosario angustiada se acercó a su hijo, mientras Mariana abrió la puerta de la casa rápidamente para que su hermano pudiera soltar la carga en el camastro de la cocina. No bien lo hubo echo Rosario soltó un grito ahogado - ¡! ¡¡Dios mío!! ¡¡INÉS!!

Rosario estaba tan pálida como la señora que ahora yacía en ese camastro, la tal Inés. Se tapaba la boca con la mano, sorprendida. La muchacha, la miraba desconcertada, mientras que sus hijos Alfonso y Mariana, se preguntaban de qué conocería su madre a esta señora.

- ¿Dónde esta Ramiro? – Espetó Rosario - ¿Qué es lo que ha pasado hijo?
- A Ramiro lo he mandado a buscara a Pepa madre – explicó Alfonso – Espero que no se demoren.
- Pero hermano – Mariana parecía muy preocupada - ¿Qué es lo que ha ocurrido?
- No te espantes, hermana – Alfonso, como siempre intentando tranquilizar a su hermana pequeña, quitándole hierro al asunto – Ramiro y yo íbamos para el tajo cuando oímos los gritos de esta muchacha y corrimos a socorrerla, nada más.
- Dios santo, Mariana, apúrate, ve a la casona como alma que lleva el diablo y comienza a aviarlo todo – le ordeno su madre – Si la señora pregunta por mi, hazle saber que fui al colmado a por algo necesario para la comida ¿entendido?
- Si madre – obedeció Mariana que ya se disponía a salir por la puerta cuando su madre le hizo una petición más.
- Mariana, hija, no le digas nada a la doña de lo ocurrido – le recordó Rosario, ha sabiendas de que en ocasiones su hija podía ser deslenguada, terca y torpe – ¡Y no se te ocurra mentar siquiera el nombre de Inés!
- Como usted mande – sin decir nada más Mariana salió a la carrera de la casa, tenia que hacer el trabajo de dos y había perdido mucho tiempo, iba a ser un mal día, de eso no le cabía duda alguna.
#3 eiza
eiza
30/08/2011 16:10
Ramiro y Pepa aparecieron unos segundos después por la puerta, con el aliento en los talones por las prisas con las que habían socorrido a la urgencia.

- ¡Ramiro! – Grito Alfonso – Apunto estaba de irme, veras la tunda que nos va a dar Mauricio por las horas a las que llegamos al tajo, corramos.

No dijeron nada más, ni se despidieron de nadie, solo Alfonso dedico una mirada preocupada a su madre, a la cual ella respondió con una sonrisa que parecía pedir sosiego. Seguía sin recordar quien era esa mujer, pese a conocer su nombre, pero después de comprobar la reacción de su madre, tenia aún más certeza de que ya la había visto antes. Ramiro intento buscar los ojos de la muchacha, pero esta, hincada de rodillas sobre el camastro en el que yacía su madre, no levanto la vista del suelo ni medio segundo. Alfonso lo agarró de un brazo, zafó de él y ambos marcharon a la carrera, intentando llegar lo suficientemente rápido.

Y mientras tanto, Pepa ya se encontraba examinando a Inés, preparaba una sopa, para cuando recobrara la conciencia, usando sus hierbas medicinales. De su maletín extrajo un pequeño bote y le puso unas gotitas debajo de la nariz a la señora. Comenzó a preparar un ungüento para bajarle la fiebre, pues la señora ardía en temperatura.

- Rosario, marche a la casona – le espetó Pepa – No quiero ni pensar como debe de estar la doña, la ceja habrá de llegarle ya al moño por lo menos.
- Hija, no quiero irme sin saber como esta Inés – confeso la mujer preocupada.
- No se apure usted, que yo no me moveré de su lado – Dijo Pepa tranquilizando a Rosario - además, esta mucho mejor, no tardara en recobrar la conciencia.
- Siendo de esta forma, será mejor que marche, y rezare para que se despierte cuanto antes. Muchacha – Dijo reparando en que la hija de Inés no había abierto la boca desde que llegaron a la casa, había permanecida callada, bañada en lagrimas junto a su madre inconsciente – ayuda a Pepa en lo que sea menester, yo estaré de vuelta en cuanto me sea posible.
- Descuide señora – dijo la muchacha mirándola por primera vez – y gracias por todo.

Rosario sonrió, se apresuro a la casona, estaba segura de que Mariana no estaría en su mejor momento y que necesitaría su ayuda y su templanza.

Pepa le dedico una mirada a aquella muchacha, era joven, no debía tener mas de 16 o 17 años, o quizás alguno más y no lo aparentaba. Reparó en que la muchacha tenia el rostro más compuesto ahora que veía mejora en su madre, recordaba como al llegar a la carrera con Ramiro, la chica hincada de rodillas junto a su madre inconsciente tenia el rostro completamente desencajado por la angustia, la ojos rojos del llanto y la cara como un tomate, no sabia si seria de lo alterada que estaba, o quizás de vergüenza. Reparo en que no se la había odio hablar en todo el tiempo que llevaba allí, más que esa escuálida frase dirigida a Rosario, en la que al menos se había dignado a dar las gracias. La chica parecía educada, con buena salud, fuerte y culta. Era hermosa, muy hermosa, pese a tener la cara un tanto hinchada del llanto, pero no entendía que la hacia permanecer tan callada.

- Niña – dijo Pepa llamando la atención de la chica - ¿Qué es lo que tiene a tu madre?
- Paludismo, dicen – respondió ella, aunque no parecía muy convencida – venimos de Madrid, los galenos primero pensaron que era gripe. Ahora achacan sus males al paludismo, pero no saben como lo ha cogido.
- ¿Y acaso crees que erraron en el diagnostico? – Pregunto Pepa intentando saber de que manera ayudar a esa mujer.
- Yo no quiero creerlo – admitió la muchacha – creérmelo significaría aceptar que mi madre se me muere, y yo no puedo hacer nada. Pero ella esta convencida de que la vida se le escapa sin remedio. Por eso vinimos aquí, a Puente Viejo.
- No lo entiendo – admitió Pepa – ¿Qué tiene que ver Puente Viejo?
- Mi madre nació y se crio aquí – dijo la chica sonriendo – se marcho al quedarse encinta de mi, no estaba casada, ni lo ha estado nunca. Se fue a donde nadie la conocía, se vistió de luto y dijo que acababa de enviudar. De otra forma nadie le habría dado siquiera trabajo. Es maestra ¿sabe?
- ¡Que coraje! – admitió Pepa – tu madre tiene los arrestos mejor puestos que más de un hombre, seguro que más que el sin vergüenza que la embarazo y se borro del mapa.
#4 eiza
eiza
30/08/2011 16:11
- Eso seguro – La chica dejo escapar una risita, esta partera le caía bien, en realidad todo el que hablara bien de su madre y despotricara sobre quien quiera que fuese su padre le caía bien – Lleva casi un mes peleando con esta enfermedad, que empeora por momentos, las fiebres vienen y van, le duele inmensamente la cabeza, pero ¿sabe qué? Ella no se queja, ni se rinde, estoy segura de que lucha más por mi que por ella, al igual que estoy segura de que lo de venir a Puente Viejo es más por mi que por ella.
- A qué te refieres niña – le espetó Pepa
- Yo no tengo nada en el mundo partera – Admitió ella con un deje de tristeza en la voz, que hacia que conforme las palabras salían de su boca, se rompieran en pedazos – Solo a mi madre, y la estoy perdiendo. Mi madre dice que aquí tiene grandes amigos, y que solo morirá tranquila si ellos velan por mí, como en su día hicieron por ella.
- ¿Y que amigos son esos? – Pepa pensaba en si realmente esos amigos que decía tener la mujer serian lo suficientemente buenos para velar por la niña.
- Mi madre trabajo en la casona de unos caciques – El semblante de Pepa cambio al instante, pero la chica no lo noto – Los Castro-Montenegro. Era la maestra particular de sus dos hijos. Allí fue donde entablo amistad con la criada, Rosario Castañeda, y posteriormente con su marido José.
- ¡Pa’ chasco! mira que es coincidencia – exclamó Pepa
- ¿El qué? – Quiso saber la muchacha
- Pues que ahora mismo te encuentras en casa de la familia Castañeda – dijo Pepa sonriendo – Y la mujer a la que le has dado las gracias no es otra que Rosario Castañeda
- Pues si que es coincidencia, si – admitió la muchacha – Mi madre se alegrara de verla. Aunque aun me queda por encontrar a un tal Raimundo Ulloa. ¿Usted sabría donde podría encontrarlo? Me gustaría que mi madre pudiera verlos a ambos al despertar. Que viera que lo hemos conseguido.
- Raimundo es un buen hombre – Dijo Pepa, que no pudo evitar sonreír al pensar en la familia Ulloa, con la que siempre podía contar – Lo puedes encontrar en el pueblo, es el dueño de la taberna y la posada, no tiene perdida alguna. Si quieres, ve un su búsqueda, de todas formas tu madre no despertará al menos en una media hora y así te da el aire.
- Si – admitió la muchacha – Supongo que me vendrá bien estirar las piernas, llevo aquí hincada toda la mañana. Pero… ¿seguro que mi madre estará bien?
- Pierde cuidado niña – aseguro Pepa – Yo me encargo de ella.
- Gracias – Dijo la chica sonriéndole.
En esos momentos, entró Juan, se quedo un tanto extrañado, había venido un poco antes de lo previsto, pues no había tenido suerte, sabia que sus hermanos estarían a punto de llegar del tajo y que su madre y su hermana llegarían algo mas tarde y aviarían algo de comer, pensó que ya que no había encontrado trabajo alguno lo menos que podía hacer era quitarle trabajo a su hermana y por lo menos pelar patatas, porque el guiso estaba seguro de que lo echaría a perder. Pero no se esperaba de ninguna de las maneras encontrar a Pepa en su casa, con una muchacha y una señora desvanecida en el camastro.
#5 eiza
eiza
30/08/2011 16:11
- ¿Qué ha pasado aquí? – Quiso saber el joven Castañeda
- No te alarmes Juan – Le explico Pepa – Inés es una vieja amiga de tu madre, que se desvaneció de camino a Puente Viejo, tus hermanos la encontraron y la trajeron a tu casa, pero ya esta mas recuperada, aunque sigue inconsciente.
- Entiendo – Dijo Juan – No había oído hablar de ella a mi madre nunca.
- Juan, se me ocurre que podrías acompañar a la muchacha a la posada – Dijo Pepa – necesita encontrar a Raimundo.
- Claro, aunque pensaba empezar a pelar patatas y adelantarle trabajo a Mariana – Contesto este – Mas aun si vamos a ser tantos en al comida
- No se apure – Dijo rápidamente la chica – Seguro que su hermana agradece su ayuda, y ya han hecho ustedes demasiado por mi. Iré sola.
En ese momento entraban Alfonso y Ramiro.
- ¿Sola a donde? – Pregunto Ramiro preocupándose.
- A la taberna – Contesto Juan – Quiere encontrar a Raimundo.
- Yo te llevaré – Dijo ávidamente Alfonso, ardía en deseos de ver a Emilia.
La muchacha se acerco hasta donde estaba Alfonso. Le dedico una mirada a Pepa y después sonrió. Ramiro se quedo prendado de su sonrisa ¿¡Qué diantres le pasaba con esa chica!?
- Gracias – Dijo sinceramente – Pero apurémonos, no quiero que mi madre despierte y no me encuentre a su lado.
- Voy con vosotros – Ramiro seguía embobado, pero no tanto como para dejarla escapar.
Los tres salieron de la casita a la vez, andaban por el camino hacia el pueblo y Alfonso, aprovechando que Ramiro no se separaba de la chica aceleró el paso. No veía la hora de llegar y si podía pararía en el rio a adecentarse un poco.
- Menos mal que ha venido a acompañarme – dijo la chica mirando a Ramiro, ninguno de los dos hablaba y el camino parecía que iba a ser largo – Su hermano me habría llevado a la carrera.
- No siempre es así – reconoció Ramiro riendo – Lo que le pasa es que esta enamoriscao de la hija de Raimundo y no ve la hora de llegar y verla.
- Muchacha afortunada, por lo que se ve – dejo caer la chiquilla
- Bueno, afortunado seria él si ella le hiciera caso – admitió Ramiro – pero hasta el momento, ni se ha atrevido a decirle que la quiere bien.
- Valla – dijo ella haciendo una mueca – De todos modos, me sigue pareciendo una muchacha afortunada ella.
- ¿Por qué? – Quiso saber Ramiro un tanto celoso de que Alfonso produjera tan buena sensación a la chica.
- Su hermano de usted, y usted mismo son buenas personas, apenas os conocí hoy, pero me ayudaron sin miramientos, sin preguntar, sin pedir nada a cambio – Valoró ella mientras él la ayudaba a bajar para dirigirse al río, donde Alfonso había parado – Y después de una jornada, seguramente dura de trabajo están aquí ambos, volviéndome a ayudar. Lo cual me hace caer en la cuenta, de que ni siquiera les di las gracias.
- No tiene que darlas – Dijo Ramiro contemplándola – Lo hacemos con gusto.
- Por eso mismo – Dijo ella – La chica es afortunada, no todas corremos con la suerte de que un muchacho guapo, apuesto, trabador, bueno y honesto se enamore bien de nosotras.
- Puede que lleve razón – Dijo Ramiro un tanto alicaído, pensando en todas las impresiones que se había llevado esa chica de su hermano mayor, y que a él, ni lo había mirado.
- La llevo – dijo ella sonriéndole – Ahí esta su hermano.
#6 eiza
eiza
30/08/2011 16:12
Llegaron junto a Alfonso, este se había adecentado en la medida de lo posible, se había lavado bien las manos y la cara, se había arreglado el pelo con las manos y se había quitado la gorra y el pañuelo que llevaba al cuello, se aseguro de llevar bien el fajín y los fardones de la camisa. Ramiro se puso a su lado, se miro las manos, y al comprobar lo sucias que estaban, se puso a lavárselas.
- Ahora que están los dos – comenzó la chica – Quería darles las gracias por habernos ayudado a mi madre y a mi. Se están portando muy bien para con nosotras.
- No tienes que darlas – Dijo Alfonso, después miro a Ramiro, que se puso a lavarse la cara – Ramiro date prisa, quiero llegar pronto a la posada.
- Hermano no te impacientes – Dijo Ramiro, estaba un tanto molesto en esos momentos con su hermano y que lo urgiera no ayudaba – Emilia no se va a mover de donde esta y de todos modos, llegues antes o llegues después no vas a tener redaños de decirle cuatro verdades.
- No es el momento – Saltó Alfonso enfadado con su hermano, odiaba que le recriminara su falta de redaños, aunque sabia que llevaba más razón que un santo.
- Nunca es el momento – Dijo Ramiro.
- Por favor – Dijo la chica – No discutan, se me ocurre pues, que si tiene usted mucha urgencia en llegar a la posada, pueda trasmitir el mensaje al señor Ulloa. Y así aproveche la situación para ver a la “afortunada Emilia”. Su hermano de usted y yo, emprenderemos el camino de vuelta a su casa, por si mi madre despertará.
- Me parece bien- Dijo Alfonso rápidamente – ¿Qué quiere que le diga a Raimundo?
- Dígale que Inés, la hija del Cipriano, se encuentra en su casa de usted, y que su salud…- la chica paro, esas palabras eran difíciles de pronunciar – dígale que urge que le acompañe hasta allí.
- De acuerdo – Dijo Alfonso mientras ponía pies en polvorosa.
Ramiro estaba sentado en la orilla del rio. La muchacha lo miro, se había lavado la cara y las manos, había echo un intento de peinarse el pelo aunque en realidad lo había dejado peor que estaba. Tenía una marca de tierra en la mejilla derecha, que se había escapado del agua fría del rio. Ella se acercó a donde el estaba, se sentó a su lado y sin decir palabra, saco un pañuelo blanco del bolsillo de su falda, introdujo una esquina en el agua fría y después, mientras miraba los ojos de Ramiro, paso la esquina humedecida por los restos de tierra de su cara y sonrió. Dejo el pañuelo estirado sobre una piedra plana, para que se secara un poco antes de volver a guardarlo.
Ramiro estaba boquiabierto, no sabía que había pasado, la chica le había limpiado la cara con un pañuelo, y él sentía que el corazón se iba a escapar de su cuerpo e iba a ir corriendo por todo el bosque. Ardía en deseos de tirarse de cabeza al agua helada del río. Se dio cuenta de que no podía mirar a la chica a los ojos, sintió que se sonrojaba. Miro hacia un lado y busco un punto fijo al que mirar para que se le pasaran los sonrojos. Se quedo mirando el pañuelo, y se sonrojó más. Se percató de que el pañuelo tenia algo bordado, lo cogió y lo miró. Eran unas iníciales: VM.
- Creo que aún no se lo había dicho – Dijo la muchacha sonriéndole cariñosamente – Me llamo Victoria, Victoria Morales.
- Encantado señorita Morales – Dijo Ramiro sonriéndole inmensamente, todo en ella le parecía tan nuevo, tan bonito, tan llamativo, hasta su nombre le sabía a Gloria: Victoria, la pequeña Victoria.
- Hemos de retomar ya – Dijo ella empezando a preocuparse – A este paso llegara su hermano antes que nosotros. Y por favor, no me llame más de usted.
- Lo mismo digo – dijo Ramiro incorporándose y tendiéndole la mano – Vamos Victoria ¡te echo una carrera!
- ¡Eh tramposo! – grito ella – A ver cómo me las apaño yo para escalar por el bosque así vestida.
- Está bien – dijo el deteniendo su carrera – Ven dame la mano, que te ayudo.
Ramiro le tendió la mano y ella la cogió sin pensárselo dos veces. Él la ayudo a subir las cuestas encrespadas hasta que llegaron al camino empedrado. Una vez allí Victoria echó a correr y dijo:
- Vamos Ramiro ¡Te echo una carrera!
- Serás….- dijo el embobado, dejándole un poco de ventaja antes de empezar a correr para alcanzarla.
Alfonso acababa de entrar en la taberna. Emilia estaba atendiendo a unos parroquianos al fondo, se giró con la jarra de vino en la mano, y su pelo, que estaba encerrado en una trenza, como de costumbre, se azotó un tanto por el movimiento. Él se quedo mirándola y ella se dirigió a la barra, soltó la jarra y lo miró, no entendía porque se quedaba plantado como un pasmarote en la puerta.
#7 eiza
eiza
30/08/2011 16:12
- Alfonso, quieres entrar de una vez – le azuzó Emilia – Que no te voy a morder alma de cántaro.
Alfonso se dirigió hacia donde estaba Emilia, pensando, que no le importaba si lo mordía o no, con que se fijara en él le bastaba.
- A los buenos días – Dijo cortésmente – Dónde está tu padre, me urge hablarle.
- Dentro, en la cocina – contestó ella – Pero, Alfonso ¿ha pasado algo?
- Si, por eso necesito a tu padre en cuanto antes – respondió él sin quitarle importancia al asunto. Y se dirigió sin más preámbulos a la cocina.
- ¡Pero Alfonso! – Exclamó ella mientras lo seguía derecha a la cocina – No piensas contarme que es lo que pasa.
- Emilia – dijo el mirándola directamente a los ojos – Ahora no tengo tiempo de andar contándolo todo por dos veces, es algo importante y se me ha pedido que busque a tu padre, si quieres saber que pasa, ven conmigo, yo no puedo entretenerme más.
Ella lo miro un tanto molesta, que diablos le pasaba a Alfonso, últimamente no estaba tan predispuesto con ella como siempre. Aunque pensándolo bien, con todos los problemas que había tenido ella en su casa, no se había parado a pensar que en casa de los Castañeda también podrían estar pasando cosas malas. Se dirigió tras él a la cocina, pensando que debía hablar con él urgentemente, no le gustaba pensar que él siempre había estado ahí para ella, y que ahora él pudiera estar necesitando apoyo y no fuera de ella de quien lo recibiera. Él, que durante todo el camino se había muerto de ganas por llegar y verla, se maldecía por dentro, por haber actuado de una forma ten seca y cortante, pero en el mismo instante en que sus ojos la vieron recordó sus palabras “Si no lo nota, es porque no te corresponde” y la irritación que esto le produjo hizo el resto.
- Raimundo – Dijo Alfonso en cuanto lo hubo localizado fregando unos cacharros. – Me urge hablar con usted.
- ¡Alfonso! – Dijo verdaderamente sorprendido Raimundo – Qué ha pasado tan grave para que vengas hasta la cocina a buscarme.
- Vera Raimundo, esta mañana, cuando Ramiro y yo íbamos camino al tajo, encontramos a una muchacha con una señora desvanecida en el camino.
- ¡Dios santo! – Emilia se llevo una mano a la boca, mostrando su preocupación.
- La lleve hasta mi casa y Pepa acudió a la urgencia a atenderla. La señora sigue inconsciente, pero está recobrando las fuerzas. – Aclaró Alfonso, más por sosegar a Emilia, que por aclarar el dato – Pero su hija me ha pedido que venga a darle un mensaje a usted.
- Y bien pues – Dijo Raimundo – ¿Qué mensaje es ese?
- Me ha pedido que le diga – aclaró Alfonso – Que la mujer que está en mi casa, es Inés, la hija de un tal Cipriano, y que urge que usted, valla a su encuentro.
Raimundo soltó de inmediato el trapo que tenía en las manos, con el cual se las secaba. Su semblante había cambiado por completo desde el mismo instante en el que se había mencionado el nombre de Inés. Alfonso se preocupo, no entendía que escondía esta señora, para que su madre intentara esconder el hecho de que estaba en Puente Viejo a la doña, y para que Raimundo pusiera cara de haber visto a un fantasma. Quizás si que fuera un fantasma, un fantasma del pasado, porque él seguía teniendo claro que ya la había visto en alguna otra parte. Emilia por su parte se quedo blanca, no había visto esa expresión en la cara de su padre nunca, y le quedo claro que fuera lo que fuese lo que estaba ocurriendo, era grave. Raimundo salió como alma que lleva el diablo de la cocina, y Emilia y Alfonso lo siguieron con premura, al entrar en la taberna, vieron como Raimundo se cruzaba con Sebastián al pasar por la puerta, el muchacho se quedo con el saludo a su padre en la boca, pues él iba tan apurado que ni se fijo que era su propio hijo con el que se cruzaba. Los tres se miraron asombrados y Emilia cogió la iniciativa, agarro a Alfonso del brazo, miro a su hermano y dijo:
- Sebastián, es todo muy largo de contar ahora, pero prometo darte una explicación, no te apures y por favor hazte cargo de la taberna. Alfonso y yo vamos con padre.
- Emilia, pero… – empezó a decir Sebastián, que volvió a quedarse con las palabras en el paladar ya que su hermana y el mayor de los Castañeda ya salían por la puerta cuando él empezó a hablar.
Sebastián comenzó a recoger unos vasos, resignado, le gustaría saber que estaba pasando, que nublaba los pensamientos de su padre para que se dirigiera con tanta premura a donde quiera que fuera, pero sin saber por qué, le tranquilizó sobre manera saber que Alfonso Castañeda iba con ellos. No sería la primera vez que este hombre salvará a un Ulloa.
#8 eiza
eiza
30/08/2011 16:13
Emilia y Alfonso emprendieron paso ligero camino a la casa de los Castañeda. Pese a haber salido pocos segundos después que Raimundo de la casa de comidas lo habían perdido de vista. O bien Raimundo corría como si Don Anselmo lo persiguiera para meterlo en la iglesia, o bien había tirado por otro camino, o había hecho una parada, era incomprensible, por más que apuraban el paso, no lo encontraban.
- Alfonso, apúrate – dijo Emilia jalándole de un brazo – No veo a mi padre por ningún sitio.
- Emilia – Dijo Alfonso parando en seco – Tu padre conoce el camino a mi casa como palma de su mano, lo recorrería con los ojos cerrados, y no seria la primera vez, así que deja de tironearme del brazo, que no se va a perder.
- ¡Alfonso! No es porque se pierda por lo que tengo miedo – Emilia paro de andar, se dio la vuelta y lo miro – Nunca había visto a si a mi padre y no se qué es lo que pretende, estoy asustada de que pueda hacer algo que le cause a priori algún problema a él, y hasta que no lo vea, no estaré tranquila.
- Esta bien – Dijo Alfonso sonriéndole, no podía verla preocupada, triste, azotada, alterada… - aligeremos pues.
Alfonso cogió a Emilia de la mano y empezó a correr, ella a penas le seguía bien el paso, las zancadas de él eran bastante mas grandes, así pues, para no cansarla Alfonso decelero su carrera, y corrió a la vera de ella, que aún tenia el semblante preocupado, se quedo embobado, mirándola, sentía una mezcla de tantas cosas cuando la miraba, la amaba, bien era cierto, bebía los vientos por ella y haría cualquier cosa para verla feliz, pero su sesera no era capaz de comprender porque era capaz de considerarlo el mejor hombre de todo Puente Viejo, pero no era capaz de mirarlo como hombre en sí, de darse cuenta de que se desvanecía a su lado, que se perdía en su ojos y se ahogaba en su sonrisa. Y de tanto pensar y de tanto mirarla, dejo de mirar el suelo y tropezó con una piedra cayendo de bruces, y arrastrándola a ella, antes de llegar al suelo, él protegió, el cuerpo de la pequeña de los Ulloa con el suyo, y recibió, todo el golpe por los dos, como siempre.
- ¡Alfonso! ¿Estás bien? – Emilia se levanto urgida a comprobar su estado, se había golpeado fuertemente en la espalda por intentar protegerla a ella. Se agacho, hinco las rodillas en el suelo y apoyó la cabeza de Alfonso en sus piernas, le acarició la mejilla y lo miro – ¡Dime que estas bien por lo que más quieras!
- Estoy como nunca – admitió él mirándola a los ojos, aún si hubiera recibido la mayor tunda del mundo por parte de Mauricio y tres docenas de sus hombres, si ella llegaba preocupada y le acariciaba la cara de esa manera, no podía estar mal – esto son caricias comparado con lo que mi cuerpo esta acostumbrado a soportar.
- No es justo – Dijo ella levantándose y tendiéndole la mano para ayudarlo – Tu cuerpo no merece todas esas calamidades, menos aún tu persona.
Alfonso tomo su mano, se incorporó, la miro y deseo besarla, pero no lo hizo, tenia tantos sentimientos encontrados al estar con ella, que no sabia como reaccionar, por momentos se irritaba al recordar aquel duro momento en él que ella decía ser como su hermana, y en momentos como ahora, donde ella mostraba su preocupación por él y le acariciaba, simplemente perdía el sentido…
Se sacudieron el polvo del camino de sus ropas, continuaron, esta vez, andando, quedaba poco. No hablaron más. No se miraron de frente, pero Alfonso juraría, que al igual que él la miraba de reojo, simplemente por contemplarla, ella también lo hacia.
Legaron a la casa y Raimundo ya se encontraba allí, debía ser que había corrido más que ellos. Alguien importante debía ser esa mujer.
#9 eiza
eiza
30/08/2011 16:13
La mujer seguía inconsciente, Juan y Mariana se encontraban acabando de aviar el guiso. Pepa le ponía unos paños húmedos a la señora para bajarle la fiebre, pero esta se negaba a abandonar el cuerpo enfermo de la señora. Victoria hablaba con Raimundo y Rosario, y Ramiro, la observaba. Emilia y Alfonso entraron por la puerta, Emilia, miro a su padre, algo mas calmado, quiso ir a hablar con él, pero pensó que no debía interrumpir, Alfonso le tendió de buen gusto asiento, y una vez sentada, le sirvió una taza de vino, miro a Pepa y le ofreció otra. Pepa se sentó en la mesa, alicaída.
- No se que más hacer – admitió en voz alta, todos callaron – Estoy segura de que no tardara mucho en recobrar la conciencia, pero no soy capaz de bajarle la fiebre.
- Se esta dejando ir – exclamó Victoria casi inaudiblemente. Se acercó a su madre, se sentó en el camastro, le quito los paños de la frente, y le acarició la cara – Madre. Madre. Madre, no me deje, por lo que más quiera, siga luchando.
- No puedo…- Todos en la sala dejaron lo que sostenían sus manos, se acercaron sin apelmazarse unos con otros, dejándole espacio a la señora para respirar – Lo siento hija, tienes que seguir sola, y buscar a Rosario.
- No madre – las lagrimas de Victoria rodaban por su cara – Ya lo he hecho, mas bien, Rosario nos ha encontrado a nosotras. También está Raimundo.
Raimundo y Rosario se acercaron al otro lado del camastro. Rosario le cogió una mano a Inés y Raimundo le acarició cariñosamente el pelo. Los tres se miraron a los ojos y ninguno pudo contener las lágrimas que de ellos brotaron.
- Os dije que no volvería a este lugar, a no ser que fuera para morir en él – Dijo Inés – Y lo he cumplido.
- Calla – dijo Rosario – No puedes morirte. Te pondrás bien.
- No, no lo hare – Dijo Inés mirando a su hija y después a Rosario – Llevo mucho tiempo padeciendo estos males amiga, y si me he mantenido con vida, ha sido únicamente por Victoria. Recobrar fuerzas y energía solo me dura unas horas, el agotamiento de luchar contra este mal me agota y me quita el aliento.
- Pues buscaremos un galeno que te haga recuperarlo Inés – Raimundo se aferraba a las esperanzas de no perderla, después de haberla reencontrado.
- Ningún galeno puede ya ayudarme Rai – Inés le dedico una firme mirada a los ojos, y media sonrisa, le dolían todos los músculos del cuerpo, y le costaba sonreír. Soltó la mano que le agarraba Victoria. Y la acercó para que Raimundo se la cogiera. Cuando lo hubo echo, Ella miro alternativamente a Rosario y a Raimundo – Los únicos que podéis ayudarme ahora, sois vosotros, como entonces, sois los únicos amigos que tengo en el mundo, y en los únicos que puedo confiar para pediros esto que os voy a pedir – Rosario y Raimundo se miraron escasamente unas decimas de segundo y volviendo a mirar a Inés, asintieron sin pensárselo siquiera, fuera lo fuera, ellos la ayudarían. – Necesito, que me juréis que cuidareis de Victoria como si fuera vuestra hija. Que será feliz, que se labrará el futuro que se merece y que nunca estará a merced de los Castro.
- Los Castro, están muertos – Dijo Raimundo, sonriendo al darle esta noticia a su amiga. Que lo miro dubitativa.
- Es cierto – le aclaró Rosario – Salvador murió hace ya muchos años y Carlos, anda en paradero desconocido, pero herido y con una orden de busca y captura, no tardaran en encontrarlo.
- Moriré en paz entonces – Inés creyó a pies juntillas a sus amigos, no serian capaces de mentirle en su lecho de muerte. Miro a Victoria, estaba descompuesta, bañada en lágrimas, sabia que había llegado el momento de decirle adiós a su hija. Pero eso le partía el alma. No echaría de menos la vida, pero no podía vivir sin su hija.
- Inés – Rosario volvió a tomarle la mano – Yo te juro, por mis hijos, que son, lo mas grande que yo tengo en esta vida, que cuidaré de Victoria como si fuera una más de los míos, como si yo misma la hubiera pario, así se me valla la vida en ello.
- Yo también amiga – dijo Raimundo hincándose de Rodillas y acariciándole la cara – Luchare por ella, con ella y para ella, le enseñare todo lo que se, le daré cobijo, y un plato de comida todos los días, y juro que no dejaré que olvide jamás la grandeza de su madre. Como yo tampoco pienso hacerlo – la miro una vez, le beso en la frente y noto cuan alta estaba su fiebre – Te juro Inés, que Victoria será una hija más para mí. Y que siempre la tendré en mi corazón, mis pensamientos y mis desvelos, junto contigo.
Las lágrimas brotaron de los ojos de Inés, cuando le hizo un gesto a Raimundo para que se acercara, le beso en la mejilla y le susurro “GRACIAS”. Después miro a Rosario, le tendió los brazos, aunque no con toda la fuerza que ella hubiera querido, noto que se quedaba sin ellas, Rosario se echo a sus brazos, llorando, sollozando como una niña pequeña al perder algo que tanto amaba, la abrazo fuertemente, la miro y le enjugo las lagrimas, después la beso en la mejilla y ella le respondió con otro beso, le sonrió todo lo que pudo y le susurro “GRACIAS POR TODO AMIGA, MI HIJA AHORA ES LA TUYA”. Rosario no dijo nada, solo asintió y volvió a enjugarle las lágrimas que le brotaban de los ojos. Ella también lloraba, pero se alejo, sabía que llegaba el momento de que su amiga se despidiera de su hija, todo lo que había luchado para llegar hasta aquí y poder dejar a Victoria en sus brazos y los de Raimundo había sido únicamente por ella, Inés dejaría este mundo sin poder ver crecer a su hija en todo su esplendor, la chiquilla apenas tenia unos 16 años, y este momento que estaba sucediendo, le arrancaría a tiras el alma. Ella era una mujer curtida, y sabia que una parte de ella, estaba moribunda con Inés. No quería pensar como debía de estar Victoria, sollozo, Raimundo le pasó el brazo por encima de los hombros y aquello, la calmo un poco, no lo suficiente.
#10 eiza
eiza
30/08/2011 16:13
Victoria miraba a su madre, veía como se le escapaba la vida, y lloraba por no poder hacer nada, lloraba porque sabia que la perdía, sabia que aun sin haberse marchado ya la anhelaba. Lloraba porque el alma se le desgarraba. Por que una parte de ella moría con su madre. Se acercó y la abrazó, apoyó su cabeza en el pecho de su madre, como cuando era cría y ella le contaba historias. Noto su respiración, lenta, demasiado lenta, costosa, dificultosa. Levantó la cabeza y la miro a los ojos. Recordó cuando era niña y preguntaba por su padre y su madre nunca le inventó historias heroicas sobre él, si no que le fue franca y le contó que era un miserable. Pensó que ella siempre había querido parecerse a su madre, y que así lo hacía, pero le reconcomía por dentro saber que tenía rasgos físicos que no eran de ella y que no podían ser de otro mas que de ese miserable, odiaba su pelo oscuro frente al pelo claro de su madre, y adoraba tener los mismos ojos que ella. Pensó que su madre jamás vería sus ojos brillar con el primer amor. Que no podría correr a contarle como había sido su primer beso. Que no podría verla ante el altar. No la vería cosiéndose su propio vestido de novia. No la vería siendo la modista que quería ser. No vería sus anhelos, sus alegrías que aun estaban por llegar. No conocería a sus hijos, ni al hombre que le robase el corazón. No la ayudaría a levantarse tras un traspié. No le lamería las heridas. Había tantas cosas que su madre estaba dejando de ver al marcharse para siempre, que ella sentía una que quería marcharse con ella, no merecería la pena vivir todas esas cosas si su madre no estaba con ella. Lo estaba perdiendo todo en el mundo. Todo lo que un día tuvo, todo lo que amaba, todo lo que siempre tendría dentro de su alma. Y como lo echaba en falta. Miró a su madre, bañada en lágrimas y ella le enjugo las lágrimas y le sonrió, le cogió ambas manos, y como si supiera todo lo que le estaba pasando por la cabeza le dijo.
- Quiero que vivas tu vida, como si yo estuviera en ella. No dejes de hacer nada de lo que desees hacer. Disfruta cada segundo y ten siempre presente, que donde quiera que este yo te cuidaré. Te protegeré mi pequeña. Debes ser muy feliz, ser la mejor costurera del mundo. Enamorarte. Y sonreír cada día de tu vida pensando en que donde quiera que yo este, estaré bien si tu lo estas. Júramelo.
- Se lo juro madre – exclamó sin titubear – La quiero. Ya la extraño. Gracias.
Apenas se pudieron oír las últimas palabras que Victoria pronunció. El llanto ahogaba sus palabras. Se enjugo las lágrimas y miro a su madre. Inés dedico la última sonrisa de su vida a su hija, le cogió una mano, se la apretó y le dijo “YO TAMBIEN TE QUIERO”. Victoria sintió como la mano de su madre dejaba de ejercer fuerza en la suya. Vio como se le cerraban los ojos y se le escapaba la vida. Vio como se apagaba su rostro y se acababa su respiración. El silencio reinaba en la casa de los Castañeda. Solo el latir de nueve corazones agitados se escuchaba. El decimo, se había apagado para siempre.
Ramiro observo a cada uno desde el centro de la estancia, de donde no se había movido, desde que Inés despertara. Mariana estaba destrozada, llorando a lágrima viva. Pepa la abrazaba con las lágrimas saladas rodándole por la cara. Juan apoyaba una mano en el hombro de cada una de ellas, con el rostro descompuesto, y los nervios a flor de piel. También él lloraba, aunque se notaba que había intentado contenerse, no lo había conseguido. Su madre hincada de rodillas en el suelo, no había podido mantener la firmeza en las piernas. Lloraba en los brazos de Raimundo, desconsoladamente. Él por su parte, estaba afligido, con la rabia contenida de que su amiga, se hubiera marchado para siempre injustamente. Lloraba sin darse cuenta de que lo hacia, abrazaba a Rosario con ímpetu y deseaba que Inés se levantará de ese camastro. Pero sabía, que jamás lo haría. Y eso lo hacía llorar aún más. Emilia lloraba desconsoladamente abrazada a Alfonso, él le acariciaba el pelo para intentar sosegarla, aunque bien era cierto, que Alfonso también tenía lágrimas en sus ojos. No solo era la muerte de esa señora lo que le afligía, ver a su madre de esa manera le removía las entrañas. Además había recordado de qué la conocía. De pequeño, cuando jugaba con Tristán y Sebastián ella siempre les traía alguna garguería de la cocina de la casona, antes de llevarse a Tristán para sus clases. Ese recuerdo le hizo llorar aún más y Emilia sollozo en sus brazos. Él respondió apretando con más fuerza ese abrazo. Dejo que ella apoyara la cabeza en su hombro y llorara. Volvió a acariciarle el pelo. Ramiro se fijó por último en Victoria, estaba apoyada, sobre el cuerpo inerte de su madre, Lloraba como si ella misma estuviera muriendo. Bien era cierto que una parte de ella se estaría muriendo en esos instantes. Ramiro intentó pensar como se debería de sentir, esa pequeña niña tan hermosa, al perder lo que mas quería en la vida. Y su corazón dio un vuelco. Sintió el penar de ella y las lágrimas le brotaron con fluidez, dio un paso tímido hacia ella. No soportaba pensar que fuera la única que no estuviera recibiendo un abrazo. La que más dolor albergaba en ese pequeño y bello cuerpo, y la única que no recibía consuelo. Sus pasos comenzaron a ser más firmes y rápidos, se acerco a donde ella estaba, le puso una mano en el hombro, se agacho para ponerse a su altura, pues estaba hincada de rodillas en el suelo. Ella lo miro, con los ojos vidriosos cargados de lágrimas y dolor. Su rostro reflejaba la congoja y la angustia que sentía. El se sintió morir. No podía verla así, le dolía en el alma verla sufrir. Y supo, que aunque el no le había jurado nada a la moribunda en su lecho de muerte, daría su vida por esa niña si fuera necesario. Sintió como su corazón latía frenéticamente, y entonces la echo a sus brazos. La abrazó con fuerza y ahincó. Le levanto la cara, la miro a los ojos y le beso las lágrimas saladas, que no dejaban de salir. Su bello rostro estaba inundado de lágrimas que la hacían parecer el ser más indefenso del mundo. Ramiro volvió a sentir un vuelco, esta vez, en el estomago. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, se le erizó la piel. Se dejo caer en el suelo, sentado, dejo que vitoria apoyará a cabeza en su hombro y llorara. Tomando ejemplo de su hermano mayor. Como para tantas otras cosas. Le acaricio el pelo. La muchacha pareció más reconfortada. Pero no se movió se quedo allí, abrazada a él. Sin contener las lágrimas y con el corazón en la garganta. El sentía sus latidos del corazón, tan fuertes y rápidos como los suyos propios, creía que en cualquier momento a alguno de los dos se le saldría por la boca. Recordó los ojos de Victoria, y se volvió a perder en el recuerde ellos. Su corazón se calmo, se apaciguo. Enredo los dedos en su cabello, ondulado, oscuro, suave, pensó que se encontraba entre las “nubes de su pelo” y sonrió, y dos lágrimas brotaron de sus ojos, pero esas no eran de pena.
#11 eiza
eiza
06/09/2011 03:30

CONTINUACION.



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No sabia cuanto tiempo llevaba así. Sintiendo la mano reconfortante de su hermano en el hombro. Abrazada a Pepa, llorando desconsolada, por la muerte mas triste que había acontecido delante de sus narices. Se soltaron de aquel abrazo. Pepa y ella se miraron, y se enjugaron las lágrimas. Había tratado poco a Pepa, era cierto, pero veía la angustia de no haber podido hacer más por la vida de esa mujer en sus ojos. Se puso en pie, miro a Juan a los ojos y él le devolvió la mirada. Maldito niño orgulloso, pensó. Le pasó sus brazos por los hombros y lo abrazó. Juan se aferró a ella. Lloraba, lloraba por Inés. Por Victoria que había perdido a su madre. Lloraba por su hijo que él mismo había perdido. Lloraba por su estupidez que lo había llevado a perderlo todo. Lloraba y su hermana sabía bien por todo lo que lloraba. Valla si lo sabía.
Mariana miro la estancia. Emilia seguía en los brazos de Alfonso, vio como se despegaban poco a poco. Ella más compuesta después de haber podido desahogarse en sus brazos. Él más tranquilo de verla a ella recompuesta. Noto como Alfonso miró a Emilia. Embobado. Con su mano seco las lágrimas de sus ojos y sonrió.
Busco a Ramiro con la mirada pero no lo vio. Si vio a su madre, abrazada en el suelo con Raimundo. Sin hacer ruido. Llorando su pena por dentro. Aún le quedaban bastantes lágrimas que derramar. Sintió una punzada de dolor al ver a su madre tan destrozada, exterminada. Miro a los ojos de Raimundo y se perdió al no encontrar lo que miraba. No sería un hombre creyente, ni beato, bien era conocido, pero su mirada debía andar perdida en recuerdos. Pues no miraba a ninguna parte. Miro a Pepa que permanecía en su sepulcral silencio. Sin decir esta boca es mía, lo cual no era propio de ella. No quería mirar hacia el camastro. No quería ver a Inés sin vida alguna en el cuerpo. Pero... ¿Y Victoria? No podía dejar de pensar en quien consolaría a esa niña. Miró al camastro. Con miedo, pero con valentía. Victoria no estaba allí. El cuerpo de Inés yacía sin vida sobre ese camastro, pero solo. Al fin se decidió a dar dos pasos al frente. Y los vio. Vio a Ramiro destrozado como si él que acabase de morir hubiera sido él mismo. Abrazado a una muchacha que lloraba acunada en sus brazos cual niña pequeña. En silencio. Con la cabeza enterrada en el pecho de su hermano pequeño. Sus manos rodeándole el cuello. Vio como Ramiro le acariciaba el pelo. Como le susurraba algo que no pudo escuchar en el oído. Y sonrió. Mariana pensó en que Victoria no podía estar en mejores manos.

Juan pensaba en su madre. Miraba a todos los de esa casa, hundidos, derrotados, bañados en lágrimas saladas. Y egoístamente. Solo podía pensar en su madre. Vio a Alfonso, consolar a Emilia, Vio a Ramiro consolar a la hija de la difunta. Vio a Pepa penar en silencio esta muerte, por la que nada pudo hacer. Pero como si no los viera porque solo podía ver a su madre.
#12 eiza
eiza
06/09/2011 03:35
Alfonso penaba de ver a Emilia llorar. Penaba de sentirla sollozar en sus brazos. Quería mirarla y besarle las lágrimas. Quería decirle que no padeciera más. Que él estaba allí. Pero su boca tenía miedo a hablar. Ella se removió un tanto. Y él aflojo los brazos que la aferraban con fuerza. Emilia se incorporó y se quedaron mirándose a los ojos unos segundos. Que a él le parecieron pocos. Le seco las últimas lágrimas de las mejillas. Le sonrió. Y ella tímidamente, le devolvió la sonrisa. Y le tomo la mano. Alfonso extasiado noto a su corazón atragantársele en la garganta. Y comprendió. Porque no podía hablar.
Busco a sus hermanos con la mirada. Encontró a Mariana, reconfortada, pero no del todo. De pie, parada en la estancia. Mirando hacia el camastro. Giro la cara, vio el cuerpo inerte de Inés solo, en ese camastro. Miro mas abajo. En el suelo. Como un despojo. Victoria estaba esparramada por el suelo sin ganas de seguir respirando, Y valla que si la entendía. Acaso el podría ponerse en pie si algún día llegara a faltarle su madre. No, no podría. Contemplo como Ramiro la aferraba entre sus brazos. Como la muchacha se dejaba abrazar. Como su respiración parecía más calmada al notar la seguridad de los brazos de su hermano pequeño. Como el hecho de acariciarle el pelo parecía reconfortarla tanto y en ese momento recordó la textura del pelo de Emilia. Se embriagó de sus recuerdos y se dejo perder en ellos.

Rosario se había sentido morir. Una parte de su alma se había muerto con aquella vieja amiga. Los brazos de Raimundo no eran suficientes para reconfortarla. Pues la misma pena les afligía a los dos. Comprobó como los ojos de él borboteaban en lágrimas, Como su mente divagaba por recuerdos en esos momentos. Ella recordó la primera vez que vio a Inés. Recordó las veces que tuvo que curar heridas hechas de la mano de Salvador Castro. Por capricho de Carlos. Recordó a la Francisca de entonces intentar defenderla de una reprimenda sin justificación. Sonrió al recordar a aquella Francisca. Tan diferente a la de ahora. Recordó como Inés acudía a su cocina a departir con ella. Recordó las risas, los abrazos, los cuidados y atenciones que siempre tenia a bien hacerle a ella. La recordó jugando con Alfonso y tocando su barriga abultada por el embarazo de Juan, y sin poder evitarlo las lágrimas rodaron por su cara. Pese a ello, sonrió sin pesar al recordar su fantástica sonrisa y la iluminación de su rostro al jugar con el niño. Pensó en que siempre procuraba llevar chocolate para todos cuando iba a buscar a Tristán, su ojito derecho. Recordaba verla llegar y quedarse un rato mirando como jugaban Tristán, Alfonso y Sebastián. Recordaba sus conversaciones con ella donde algún día aseguraba que sería madre. Sus chanzas por encontrarle un buen mozo. Esta vez Rosario rio. Había compartido muchas cosas con su amiga en tiempos pasados. Le habría gustado mucho haber visto su cara de felicidad con el crecer de Victoria. Pues estaba segura de que esa niña habría sido y seria hasta el fin de los días su mayor dicha. Pensó otra vez en su rostro iluminado, y recordó el momento en el que más feliz la había visto. El momento en el que por primera vez, sostuvo en sus brazos a Victoria. Aflojo un poco la intensidad con la que apretaba a Raimundo. Los huesos le dolían de estar arrastrados por el suelo. Raimundo la dejo escapar de su abrazo. Se miraron a los ojos y vieron grabada en la retina del contrario la imagen de Inés, sonriendo de oreja a oreja, aferrándose a su bebe recién nacido. Se abrazaron recordando la promesa que le habían echo. Y en ese mismo instante la sombra de quien entraba sigiliosamente por la puerta inundo la habitación. Rosario levanto la vista. TRISTÁN.
#13 eiza
eiza
06/09/2011 03:42
- ¿Qué ha pasado? – Exclamó Tristán perplejo, sin saber a donde mirar.

Pepa se levanto de inmediato y se arrojo a sus brazos. Él, la abrazo y no la soltó hasta que la noto más recuperada. Se miraron a los ojos unos segundos y comprendiendo lo que los ojos de su amada le solicitaban, Tristán la beso, un pequeño pero tierno beso en los labios para reconfortarla.

Rosario y Raimundo se habían levantado del suelo. Todos los demás, continuaron sentados, pero tuvieron a bien secarse las lágrimas.

- Rosario ¿qué ha ocurrido aquí? – Pregunto Tristán realmente preocupado – Mí madre y mi hermana estaban que se las llevaban los demonios. No aparecíais y querían mandar a Mauricio. Yo intervine porque supuse que si en toda una vida jamás habíais faltado a vuestro puesto de trabajo, algo grave habría de haber pasado.

- Lo lamento mucho señor – Dijo Rosario agachando la mirada. Tristán se acercó y le levantó la barbilla cariñosamente. Se miraron – No se si recordará a Inés, señorito. Pero justo hoy llego a Puente Viejo desde Madrid y….- Rosario soltó un suspiro – ha fallecido.

- Lo siento de veras Rosario – Dijo Tristán leyendo la pena en el rostro de quien había sido su segunda madre – Pero…de qué habría de conocer a la difunta yo.

- Fue tu maestra – dijo Alfonso levantándose de la silla. Mirando a quien en su día fue su compañero de juegos – Recuerdo como cuando jugábamos a los soldados, Sebastián, tu y yo ella venia y nos traía chocolates a los tres, antes de llevarte ha hacer tus deberes.

- Recuerdo eso, amigo – Tristán sintió un escalofrío al recordar tan vivamente la imagen de una mujer rubia, de ojos negros, que siempre los trataba con dulzura y que le enseñaba las lecciones con paciencia. Recordó como si hubiera sido ayer a Inés llegando a escondidas con pan con chocolate para los tres, y como les contaba historias de piratas mientras se comían el chocolate. Se acerco al camastro y la vio. Inerte. Frágil. Débil. Y unas lágrimas se le escaparon de los ojos. – No te preocupes Rosario. Se que erais amigas, hablare con mi madre y le explicaré la situación. Esta noche los Castañeda velan a su amiga, y tienen la noche libre.

Rosario sonrió agradecida, bien sabia que a Francisca Montenegro no le haría gracia ninguna, pero poco le importaba en ese momento.

Tristán se ofreció para ir, después de avisar a su madre, en busca de Don Anselmo con Pepa y prepararlo todo para el velatorio.

En lo que Don Anselmo llegó, ya se había corrido la voz por todo el pueblo, y se habían acercado a la casa Castañeda más de un parroquiano, que conoció a la difunta.

Todos daban el pésame a Victoria, pese a no conocerla, y ella, no podía mas con tanto beso. No le importaba esa gente, agradecía de veras que dieran un pensamiento, una oración o un recuerdo por su madre, agradecía su preocupación por ella, pero ahora ella solo quería abandonar esta vida e irse con su madre.

Pareciese como si Raimundo la conociera, o como si hubiera leído en su rostro su malestar. La saco de la sala y la invito a un chocolate para reponer fuerzas, fuera, en la calle, a la luz de la luna. Ella se escabullo con él de buena gana. Su madre siempre tenía a Rai, como ella lo llamaba, en la boca. Y ella esperaba ansiosa algún recuerdo de este para con su madre, que tuviera a bien contarle.
#14 eiza
eiza
06/09/2011 03:43
Salieron de la casa y fueron a la parte de atrás. Se sentaron en unos troncos cortados y Raimundo le dio una taza llena de chocolate caliente y se llevo la suya a la boca.

- ¡Victoria ten cuidado! ¡quema más de lo que parece! – dijo retirando rápidamente la taza de su paladar.

Victoria rio. ¿Cómo podía hacerle reír en una noche como esta?

- ¡¡¿¿Así que te parece gracioso reírte de un pobre viejo??!! – La miro. Sonrió - Pues ahora no pienso contarte nada sobre la primera vez que te vi.

- No se haga usted de rogar – dijo ella con lo que parecía media sonrisa en la cara. Aunque Raimundo no estaba seguro – Cuéntemelo por favor…

- Esta bien, pero favor por favor – Le pidió Raimundo. Victoria asintió – Te contare todo lo que quieras saber si no me vuelves a llamar de usted. Ahora soy lo mas parecido a un padre que tienes, Un tío si tu quieres.

- Trato hecho, Tío Rai – Dijo Victoria esta vez sonriendo de buen grado – Odio la palabra “Padre”

- Veras Victoria, cuando tu madre descubrió que estaba en cinta, nos lo conto a Rosario, José y a mi entre lágrimas, pero entre lágrimas de felicidad. Sabía que su situación seria difícil. Pero ser madre era lo que más había deseado siempre. Nosotros habíamos querido que se casara para que no se tuviera que ir de puente viejo, pero tu madre tuvo miedo. Decía que era difícil encontrar a alguien que quisiera casarse sabiendo que ya habían probado el pastel. Pero más aun si en el horno habían dejado un regalo, y tenia miedo a que no te quisiera bien, y a tener que vivir sometida a un marido que no te amase como ella estaba dispuesta ha hacerlo desde el mismo día que te aferraste a sus entrañas ¿Todo esto lo sabias verdad?

- No tan francamente – admitió ella. – se que la idea de irse a empezar de cero fue suya…bueno, tuya Tío Rai – volvió a sonreírle a quien desde hoy consideraba su tío – y que todos la apoyaron dándole dinero y un nombre de un pariente lejano de usted, recién fallecido sirvió para darle coartada con lo de la viudez. Coincidían en apellido y así yo podría llevar su apellido. Soy Victoria Morales de Morales.

- Si, mi primo tercero Eladio Morales Ulloa, creo que fue para lo único que sirvió – Raimundo observo a la chiquilla, que entereza y que madurez para su corta edad. Sin duda había sido curtida en la vida a base de buenas enseñanzas de su madre y seguramente muchos palos y tropezones. Raimundo siguió con su historia. – Pues bien, tu madre se quedo casi hasta el segundo mes de embarazo en puente viejo. Le encantaba practicar con mi Emilia y con Mariana. Porque decía que sabia que lo que llevaba dentro era una niña. Pero con quien más practicaba era con Ramiro. Apenas contaba un añito de vida y durante todo lo que pudo lo uso de bebe. Alfonso y Sebastián estaban encantados. Porque mientras ella cuidaba de las niñas y de Juan y Ramiro, ellos podían ir a jugar con Tristán. Aunque Juan siempre se escapaba detrás de ellos, Para poder ver a Soledad. ¿Sabes? Llegue a pensar que no se iría, que no le importaría el que dirían y que se quedaría por aquí para que jugaras con todos los zagales. Pero no, en cuanto la barriga empezó a notársele cogió sus bártulos y se fue. Siempre pensé que en buena parte lo hizo por tu abuelo, Por su dicha. Así que paso todo el resto de su embarazo en Madrid. Rosario, José, yo y mi Natalia nos turnábamos para visitarla y llevarle regalos y lo que buenamente podíamos. En una de mis visitas con Rosario nos la encontramos de parto, ella sola, con todo el valor del mundo. Es la primera vez en mi vida que hice de comadrona, ni con mis hijos. Pero cualquiera no atendía a las órdenes de Rosario – Él la miro y contemplo como dos pequeñas lágrimas surcaban su rostro. Sonrió. Victoria le devolvió la sonrisa y dejando la taza de chocolate ya vacía en el tronco del árbol le cogió la mano, y entrelazo sus dedos. Lo miro expectante y Raimundo concluyo sus recuerdos en voz alta – Nunca olvidare el momento en el que llegaste al mundo, llorando y armando tal estruendo que yo creo que te oyeron hasta en Sevilla – Raimundo soltó media sonrisa al recordarlo – Pero lo que no voy a olvidar nunca, es el momento en el que Rosario, enfrente mía, al lado derecho del camastro de tu madre, te puso en sus brazos. Y la luz llego a su rostro, le inundo la cara y sonrió de oreja a oreja. Lloro de felicidad y susurro VICTORIA, después me miro y me dijo riendo, ves Rai, te dije que era una niña.

Victoria lo abrazó, dejo apoyar su cabeza en el hombro de su “Tío” y dejo escapar sus lágrimas. Pensó su madre y echo los ojos al cielo. Después se dio un beso en la mano y lo libero al aire.
#15 eiza
eiza
06/09/2011 03:57
Ramiro estaba unos metros más atrás. Había salido a despejarse mucho antes de que llegaran Raimundo y Victoria, dos árboles más atrás. Y al escuchar su conversación no quiso interrumpir. Ya lo hizo una vez con una declaración pero por urgencia y necesidad. Y esta vez no había tal urgencia. Había escuchado toda la conversación y pensando que ya era hora de salir de su escondite se aventuró en la noche dirigiendo sus pasos hacia donde se encontraban Raimundo y Victoria. Escucho otra vez a Raimundo finalizar la historia.

- He querido que conocieras esta historia, porque esta noche, al morir tu madre, sentí en mi cabeza revivir esos recuerdos, y me embriagué de ellos. Son tan hermosos, que creí que seria justo compartirlos contigo – Raimundo se levanto del tronco de árbol y le tendió una mano a Victoria. – Me gustaría que pudieras ver su imagen en mi cabeza, pero desgraciadamente, no se puede tal cosa.

- Si que se puede – Afirmó ella – No puedo verla en tu cabeza, pero la leo en tu retina. Grabada a fuego. Gracias por compartirla conmigo.

Ramiro llego a donde estaban, se había enjugado las lágrimas antes de llegar pues estaba emocionado. Esta chica le provocaba muchos sentimientos y uno de ellos, era una empatía enorme que le hacia sentir todo lo que ella sentía.

Se paró y contemplo el abrazo que se estaban dando “Tío” y “Sobrina” y sonrió. Al separarse del abrazo ambos lo vieron, y sin decir nada entendieron que era el momento de volver a la sala.

Cuando llegaron apenas quedaba gente. Solo los Castañeda, Tristán, Pepa y Don Anselmo. Empezaba a ponerse el sol y Rosario estaba nerviosa, quería llevar a su amiga a campo santo antes de que callera la noche.

Entre Ramiro, Juan, Alfonso, Sebastián, Tristán y Raimundo levantaron el ataúd de Inés y encabezados por Don Anselmo, Victoria y Rosario, se encaminaron a campo santo.

Una vez allí. Victoria abrió el ataúd de su madre y la contemplo por última vez. Saco su pañuelo de su bolsillo, en el había envuelta una medalla en la que rezaba “VIC”. Se la entrelazo a su madre entre los dedos. Le acaricio la cara y recordó las promesas que le había echo. Después se separó del féretro y se acuno en los brazos de Rosario.

Cuando la última pala de tierra cayo sobre el féretro e Inés, el último rayo de sol se perdió en el horizonte. Y Don Anselmo termino su oración con un AMEN, que todos repitieron al unisonó. Creyentes devotos y fervientes ateos. La memoria de Inés bien lo valía.

Se separaron en el camino de vuelta a casa. Tristán marcho con Pepa, Sebastián, Emilia y Raimundo Ulloa. No tenía cuerpo para ir hasta su casa en ese momento. Pero si para un buen vaso de vino.

Los Castañeda por su parte marcharon a su casa acompañados de Victoria. Esa noche dormiría con Mariana. Si es que conseguía dormir.


CONTINUARÁ
#16 eiza
eiza
15/09/2011 03:44

CONTINUACIÓN



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Se despertó y el sol apenas había empezado a salir. Se froto los ojos y se levanto del jergón. Miro a su lado y vio a Victoria que dormía plácidamente. Habían pasado unas semanas desde que había llegado a puente viejo. Unas semanas desde que había enterrado a su madre y bien sabia ella, que había dormido todas las noches a su lado, que le había costado horrores conseguir dormir de la manera que lo estaba haciendo. Pero el cuerpo no es de hierro. Y esa chiquilla necesitaba descansar.

No sabia porque pero le encantaba compartir jergón con Victoria. Pese a que hacia unos días apenas podían conciliar el sueño y se pasaban media noche cotorreando hasta que finalmente el cansancio les ganaba la partida y luego ella corría las represarías en la casona. Para su sorpresa estas represarías solían venir de la mano de Soledad. Que irónica es esta vida, pensó Mariana, me da una hermana para quitarme otra. Se levantó y comenzó a vestirse con el uniforme en silencio, para no despertar a Victoria, pensó en esas meriendas de todos los niños en la mesa de la cocina de la casona, en rodar por la era con soledad siempre de la mano. Siempre la sintió una hermana y ella ahora…ahora era de todo menos una hermana. Como habían cambiado las cosas.
Sintió un escalofrío recorrerle todo el cuerpo a pensar en todo lo que había acontecido en la casona en estas semanas.

Soledad y la doña ahora eran uña y carne, ella estaba tan lejos de lo que en su día fue que había llegado a atizar a Juan con una fusta. Su hermano no era un santo, eso estaba claro, pero no lograba entender como Soledad podía haber forjado su carácter de esa forma tan alarmante, y para colmo no era solo para con Juan, ella y su propia madre, estaban siendo objeto de su implacable desdén. Odiaba ver a la que algún día fue su hermana convertirse poco a poco en un reflejo de su progenitora, cual espejo.

Otra cosa que no soportaba era ver a su hermano Juan emborrachándose por las esquinas, como si su vida hubiera dejado de tener sentido. Tenia fe en que Don Anselmo pudiera conseguir que saliera algo bueno de él, ahora que iba a empezar a trabajar con los retablos de la iglesia.

Pero la peor parte de lo acontecido en esas últimas semanas se la llevaba sin duda alguna el pobre Martín. Esos pensamientos volvieron a provocar un fuerte escalofrío recorriéndole todo el cuerpo. Ese pequeño ahora desaparecido de la mano de Carlos Castro…No había ni un segundo en el que no pensara en ese crío, al que ella adoraba con locura. Ni un momento en que no dedicara una oración para que fuera encontrado cuanto antes.

La preocupación se notaba en el entorno, Tristán estaba desesperado y Pepa, aún con lo fuerte que parecía empezaba a flojear, bien sabia ella que Pepa quería a Martín como si lo hubiera parido.

Por otra parte no sabia en que mundo andaba Ramiro, pero últimamente parecía en una nube, además de que siempre había notado la complicidad de Ramiro con Alfonso, pero lo de estos días atrás distaba de ser normal, ya no era complicidad. Eran confidencias. Ramiro andaba preocupado y no era por nada que pudiera estarle ocurriendo a él, eso lo tenía claro, las preocupaciones de Ramiro eran todas por Alfonso…

Alfonso ¡Alfonso pensaba que ella era tonta y no se daba cuenta de las cosas! Quizás pensaba que en su casa nadie notaba que penaba por las esquinas, que se había bebido hasta el agua de los floreros aquella vez que se fue a Villalpanda y que la visita de su amigo, Severiano “El guapo”, que estaba como el queso todo había que decirlo, al principio lo alegró pero en cuanto pasaron los días lo enrabietaba más que alegrarlo. No podía dejar de pensar que esa reacción iba de la mano a que Severiano estaba rondando a la Emilia ¿Y si su hermano sentía algo por Emilia? No seria de extrañar, al fin y al cabo siempre se había desvivido por ayudarla. No estaba segura, pero lo que si tenía claro es que todos los desvelos de Alfonso eran por amor. Y metería las manos en el fuego por que todo ese amor iba dirigido a Emilia.

Sin embargo a ella lo que más le preocupaba era su madre. La vida la tenía en jaque. Primero con la muerte de su amiga. Después con la reprimenda de la doña que llego a la cocina echando sapos y culebras y les reprendió que aquella habría sido, y sería, la última vez que faltaban a su puesto de trabajo por cuitas personales. Se quedo con todas los ganas de saber que le había respondido su madre, pues la mando al patio a por la colada para poder despachar a la Paca a gusto, bien lo sabia ella.

También la actitud de soledad había abierto una herida en el corazón de su madre, y en su rostro que últimamente brillaba menos. Serían las preocupaciones. Preocupaciones por que Juan no iba por buen camino ni a la de dos, ni a la de tres y temía que ni tan siquiera a la de diez. Preocupaciones de ver a Alfonso tan alicaído y sufriendo de esa manera, y callándoselo todo para no perder la costumbre, tirando con todo el peso cual cabeza de familia. Por lo menos Ramiro, aunque un poco subido en una nube, seguía quitando sinsabores en lugar de trayéndolos, eso era un alivio para ella, y estaba segura que también para su madre.

El otro alivio venia de mano de Victoria, pese al mal momento por el que pasaba, traía mas sonrisas y luz a esa casa de lo que había habido en mucho tiempo. Empezaba a levantarse después de ese maldito revés de la vida que le había arrebatado a su madre tan pronto, y a demostrar que era una joven inquieta, con mucha vitalidad, inteligente, perspicaz y muy muy risueña.

Oyó como su madre la apuraba y salió rápido de la habitación, echando una última mirada a Victoria acompañada de una sonrisa justo antes de cerrar la puerta.

- Que ya voy madre – Dijo Mariana un tanto azotada.

- Alfonso y Ramiro ya han salido para el tajo y tu aún ni has desayudando – Le espeto Rosario a su hija.

- Madre ya comeré después de servir el desayuno lo primero que pille – Le dijo Mariana – Ni siquiera tengo hambre, se lo juro.

- Como vas a tener hambre si anoche trasnochaste nuevamente con Victoria – Su madre la miro un tanto enfada pero luego le sonrió – Esa niña te esta trayendo tantas alegrías como tu a ella ¿Aún duerme?

- Si madre – Dijo devolviéndole la sonrisa – Anoche serian las 3 o las 4 de la madrugada y nos vinimos a comer los restos de la tortilla de ayer, no había manera de coger el sueño con esta calor.

- Si, si – Dijo Rosario zafando del brazo de su hija para arrastrarla fuera de la casa y emprender el camino a la casona – El calor… ¡Los mozos querrás decir, que a mi no me la dais!
Las mejillas de Mariana se sonrojaron levemente y ella bajo la mirada. Las paredes oyen pensó. O mi madre es demasiado inteligente. No dijeron nada mas, emprendieron raudas y veloces el camino hasta la casona.
#17 eiza
eiza
15/09/2011 03:46
En la vivienda Castañeda Victoria se despertó mas vital que nunca, no sabia si era dormir todo de un tirón, aunque no fuera demasiado o si era la compañía de todos los Castañeda en general, pero en especial de Mariana, que se había convertido no solo en su mejor amiga, si no en una hermana, adoraba trasnochar con ella. Esos ratos eran solo de ellas dos, ella le hablaba de Hipólito, el zagal del alcalde y Victoria escuchaba expectante comparando los sentimientos que decía sentir Mariana con los de ella. Se estaba empezando a enamorar y lo notaba cada vez que lo veía, que era bastante, al fin y al cabo vivían en la misma casa. Pero estaba segura de que ese enamoramiento no tenía razón de ser por varios motivos. Aún así no podía evitar que el corazón se le saliera del pecho cada vez que lo veía.

Se vistió y salió de la habitación, dejaría el guiso a medio preparar y se iría ha echar una mano a Raimundo. Aunque odiaba estar en la taberna mucho rato. No por Rai, como ella lo llamaba, ni por Sebastián, con el que sentía una conexión especial. Si no por que no soportaba ver al pedante de Severiano pelando la pava y Emilia….No lo podía evitar, Emilia le caía mal, era consciente del amor de Alfonso hacia ella y de como la miraba, al igual que era consciente de la ceguera de ella para con Alfonso, al que ya consideraba un hermano. Y esos sentimientos hacia él hacían que los que sintiera hacia ella no fueran tan afortunados. Por su parte a Emilia no parecía importarle. Pues tenia la sensación de que la muchacha solo prestaba sus pensamientos para el mentecato de Severiano, y seguía sin entender porque, teniendo a Alfonso enamorado hasta los huesos se empeñaba en poner sus ojos en un bueno para nada. Pero el amor es caprichoso, que se lo dijeran a ella.

Echo unas zanahorias a la perola y vio llegar a Juan a medio vestir, despeinado y restregándose los ojos.

- Valla horas para levantarse Juan – Le espetó – Te creía en la iglesia ¿No piensas sentar la cabeza?

- Déjame en paz – Le corto este

- Cada día amaneces un poco más tonto, desde luego.

- Victoria, por favor no levantes la voz – dijo el sin quitarle la razón- Me duele la cabeza.

- ¡No te dolería si no te bebieras hasta el meado de burro cabezota! – Dijo alzando la voz más adrede. Estrujo unos limones y los mezclo con agua, lo deposito todo en un vaso y se lo llevo a la mesa – No te lo mereces, pero toma.

- Deja de hacerme sentir mal Victoria. ¡Pareces mi hermana! – Esta vez fue Juan quien levantó la voz - ¡Y te recuerdo que no lo eres!

- ¡Cierto es! – Victoria le dirigió una mirada de resentimiento y sin decir nada más salió por la puerta dando un portazo, justo antes de que unas lágrimas traicioneras salieran de sus ojos. Echo a correr.

Juan se lamentó de haber dicho eso incluso antes de que las palabras salieran de su boca. Corrió para alcanzarla y pedirla perdón, Pero victoria había salido corriendo tan rápido que no la veía por ningún lado, siguió buscándola por el rió, por las veredas, por los campos, tenia que decirle cuanto sentía haber soltado su ira contra ella.

Victoria llego a la casa de comidas con el semblante serio. Pregunto por Raimundo a Emilia que estaba embelesada mirando al patán de Severiano. En la cocina le dijo. Ni siquiera la había mirado. Ella entro a la cocina en busca de Raimundo y dejo a la cegata creyendo estar viendo a un adonis, que no llegaba ni a mojón.

- Victoria ¿qué pasa? – Raimundo noto su semblante preocupado nada mas verla.

- No es nada Rai – Dijo ella sonriendo quitándole hierro al asunto, algo que había aprendido de Alfonso – ¿Necesitas que te ayude?

- Si quieres ayudar, tu ayuda es bienvenida – Le contesto sonriendo – Pero Emilia quiere ir a dar un paseo por el río y se ha dado brío en terminarlo todo. Yo me disponía a comer algo ¿quieres?

- No si Emilia ya lo ha terminado todo iré a preparar la comida a los Castañeda. No deben tardar en volver.

Raimundo la abrazó. Algo le pasaba aunque no quisiera decírselo, pero si era su decisión la respetaba. Se lo contaría a Mariana en cuanto llegará de la casona estaba seguro. No por nada el estaba intentando ocupar el lugar de un tío y a estos no se les cuenta los secretos teniendo una hermana. Victoria tenia, dos hermanas y cuatro hermanos, aunque Emilia estaba en de un atolondrado que no era normal en ella. No estaba para nadie nada más que para Severiano y Raimundo empezaba a temer que pronto necesitaría que todos estuvieran para ella….
Acompaño a Victoria que le beso en la mejilla y le dijo que vendría ha hacerle una visita más larga esa misma tarde.
#18 eiza
eiza
15/09/2011 03:49
Victoria estaba llegando a casa cuando se encontró con Alfonso y Ramiro, y no pudo evitar sentir ese tonto hormigueo que sentía cada vez que lo veía, esas mariposas que anidaban su estomago, y que cada poro de su piel, y cada neurona de su cabeza se estremecieran al verlo sonreír. Dio un beso en la mejilla a cada uno y les sonrió.

- Al guiso le quedan solo unos 15 minutos – Les dijo a ambos – Id a asearos pero volved a ayudarme a poner la mesa ¿de acuerdo?

- Si mi sargento coronel – Dijo Alfonso poniendo pose militar y arrastrando de Ramiro, que seguía en su mundo.


- Victoria….

Victoria se giro y vio a Juan. Tenía la cara hinchada y los ojos rojos.

- Déjame en paz – Le corto

- Victoria por favor no seas rencorosa – Juan se acerco a ella, le puso una mano en el hombro y ella se la quito y se dio la vuelta. El insistió y la agarro por la cintura dándole un abrazo – Perdóname, no debí decir lo que dije, ni siquiera lo pienso. ¡Perdóname!

- Es muy fácil meter la pata y luego venir rogando perdón Juan – Le grito ella – Cuando diablos se te va a meter en la sesera que no tienes cuatro años y que no se arreglan las cosas con un simple abrazo y un beso en la mejilla.

- ¡Victoria no seas orgullosa! – Le espeto Juan alzando la voz – ¡Te estoy pidiendo disculpas! ¡Pero eres una orgullosa cabezota!

- ¡Ah! ¡Le dijo la sartén al cazo! – se burló ella – Solo llevo dos semanas en esta casa y tu no haces nada a derechas pero te sientes con el derecho de recriminar lo que hacemos los demás, ya eres mayorcito para empezar a sentar la cabeza y dejar de hacer el tonto y desperdiciar tu vida Juan ¡Espabila! ¡Reacciona!

- ¡Reacción! – Dijo Juan alzando los puños y la voz al mismo tiempo - ¿Eso es lo que quieres? ¡¿Reacción?!
Con el ruido generado Alfonso y Ramiro corrieron raudos a la cocina, se encontraron a Juan gritando con los puños en el aire y se abalanzaron ambos sobre él.

- ¡Soltadlo! – Grito Victoria, y los dos hermanos la miraron desconcertados. Ella asintió y ellos soltaron a Juan que, ha decir verdad no presto resistencia ninguna – Tiene muchas agallas para levantar los puños pero no para estrellarlos contra su objetivo.

- Tu no eres mi objetivo Victoria – Dijo Juan mirándola a los ojos – Mi ira hace que levante mis puños, al igual que hace que mi boca diga cosas que yo no siento. Pero jamás te pondría una mano encima. – Victoria se acercó a él y esta vez fue ella quien deposito una mano en su hombro

– Siento haberte dicho eso esta mañana, deberás que no es verdad.

- Aunque te retractes sigues siendo un imbécil – Le espetó ella – Pero te acepto tus disculpas con la condición de que no vuelvas a beber. Te nubla las entendederas y de ser un muchacho noble, cabezota, orgulloso y algo engreído, pasas a ser un patán, indeseable e incordioso, además de un estorbo que no hace otra cosa más que lamentarse.

- Palabras duras sin duda – Dijo Juan sentándose en un taburete alicaído – Pero ciertas. Te vale con que te prometa que lo intentaré

- No – Victoria se sentó a su lado, Alfonso y Ramiro contemplaban como había conseguido manejar a Juan y se miraban anonagados – Me vale con que dejes de lamentarte e intentes hacer algo con tu vida. Me vale con que mañana te levantes cuando salga el sol y no que te acuestes a esas horas. Me vale con que me dejes ser tu hermana Juan. Me vale con darte una colleja si te la mereces.

- Pues dale unas cuantas – rió Alfonso sentándose en la mesa y alborotándole el pelo a Juan – Se las merece

- ¿Qué le has dicho esta mañana para que le tengas que pedir disculpas? – Le dijo Ramiro desde detrás propinándole una colleja.

- El tema es entre ella y yo hermano – Le sonrió Juan – Conténtate con haberme dado una colleja y que no te la devuelva.

Todos echaron a reír. Alfonso pensó en todo lo que Victoria aportaba a esa casa. Era una chica tan perspicaz y con tanta empatía que lo cierto era que temía a que leyera en su alma y descubriera sus penares. Si había conseguido apaciguar al bestia de Juan, el siguiente seria él y ya tenia suficiente con Ramiro echándole sermones sobre su falta de redaños y su cortesía con su “amigo”.

La puerta se abrió y a la estancia entraron Rosario y Mariana.

- Qué se celebra – Dijo Rosario con media sonrisa en la cara – A qué tanta risa

- Celebramos, madre – Dijo Ramiro intercalando sus miradas entres su madre y su hermana – Que el borracho que habitaba en Juan agoniza.

- ¡Ey! – Exclamó Juan esta vez propinando él una colleja a Ramiro – A mi no me llames borracho

- Si borracho eres borracho te llamo – Le corto Ramiro – A mi no me veréis de esa guisa, hasta ahora Mariana y yo somos los únicos que nos comportamos.

- Nunca digas de esta agua no beberé hermano – Le dijo Alfonso – Que nunca se sabe los derroteros por los que te lleva la vida, ni los sinsabores que da. Mira si no a Juan.

- El burro hablando de orejas – Soltó Juan en voz baja para que solo lo oyera Alfonso – Lo que hace falta hermano, es que a ti la vida no te de sinsabores, que ya me he llevado yo suficientes por los dos.

Ramiro puso la mano en el hombro de Juan y vio como este le daba la mano a Victoria. Sintió una punzada que le dolía en el pecho, un sentimiento que no había sentido nunca pero que sabia a traición y celos. Quito la mano de su hermano y se fue de la casa. Los demás empezaron a preparar la mesa para la comida. Victoria salió al patio a por un poco mas de leña. Y lo vio, sentado en un tronco.

- ¿Qué haces aquí? – Dijo sentándose a su lado - ¿Te encuentras bien?

- ¿Qué te ha dicho Juan esa mañana? – Le espetó Ramiro sin andarse por las ramas.

- Naaaada – contesto ella sonriendo – Nos enzarcemos, somos unos cabezotas los dos y yo le regañe y el me dijo que yo no era su hermana. Y me dolió. ¿Sabes? Ahora sois lo único que tengo, Los Castañeda y los Ulloa y os adoro y os quiero de veras, y no me gustaría que no fuera un cariño reciproco. Pero se que no era Juan el que hablaba esta mañana. Si no el pajarete que andaba por sus venas.

- Desde luego actúas como una hermana – Contesto Ramiro – No puedes querer a Juan de otra manera, ni el a ti

- No por supuesto que no – Dijo ella sonriendo – A Juan lo quiero como a un hermano. ¿Vamos a comer?

- Si vamos – Ramiro se puso de pie y acompañado de Victoria entro a la cocina, se sentó a la mesa y por primera vez en su vida le dio vueltas y vueltas a la cuchara en el plato sin llevarse ni una sola vez bocado a la boca. Empezaba a entender que era eso de los sinsabores de los que hablaba Alfonso. Si a Juan solo lo quería como a un hermano ¿eso significaba que él era querido de la misma manera?

CONTINUARÁ

#19 eiza
eiza
15/09/2011 15:20

CONTINUACIÓN



Terminaron de comer y Juan salio raudo y veloz ha disculparse con Don Anselmo y empezar de una vez por todas a sentar la cabeza.
Mariana y Rosario también partieron hacia la casona.
Victoria se levanto y comenzó a limpiar la mesa, Ramiro se puso a ayudarla. La fuente de la ensalada se puso en el punto de mira de ambos cuando intentaron cogerla y sus manos se rozaron. Victoria sintió como le subía el color a las mejillas, y como el vello de su nuca se erizó. Lo miro y sonrió. Aflojo la mano que sujetaba la fuente, pero Ramiro debía haber pensado lo mismo, pues la fuente cayó con brusquedad en la mesa, esparciéndose por ella los restos de ensalada. Ramiro corrió a recogerlo todo y volverlo a poner en la fuente, agachaba la mirada por temor a los ojos de Victoria, pues era consciente de que esos ojos lo enloquecían brutalmente, ambos volvieron a sujetar de nuevo la fuente juntos, y al volver a sentir el tacto de su suave piel Ramiro se estremeció entero, desde el último de sus cabellos hasta las uñas de los pies, y si me apuras, hasta los zapatos agujereados. Levantó la vista y la miró y se quedo así, parado, mirándola, contemplando su eterna y mortal belleza, su sonrisa, sus ojos, añorando el tacto de su piel que solo había disfrutado unas milésimas de segundo. Victoria se moría de nerviosismo, sentía tantas cosas cuando lo tenía cerca, tantas cosas que no entendía y que le hacían parecer, seguramente, una niñata tonta. Y así estaban ellos, como dos lelos mirándose y perdidos en los ojos el uno del otro mientras sujetaban la fuente con los restos de la ensalada del almuerzo, cuando entró Alfonso que venia de traer agua del pozo. Los miró y sin entender nada comenzó a hacerles chanza.


- ¿Desde cuando son necesarias cuatro manos para mover una fuente de barro? ¡De Victoria podía esperarme esa falta de fuerzas pero de ti hermano!

- Tu qué dices de mi falta de fuerzas – Gritó Victoria que había sido más rápida que Ramiro y ya le había arrebatado la fuente bruscamente, colocándola al lado del barreño vacío – Cuando quieras echamos un pulso, o una carrera. A Ramiro lo gane la última vez

- Eso es solo porque te deje ventaja – Dijo Ramiro quitandole de las manos el cubo de agua a Alfonso y empezó a vaciarlo en el barreño junto al que estaba Victoria – Y porque eres un poco tramposa, también hay que decirlo

- ¿¿Tramposa yo?? – Se escandalizó Victoria que metió la mano dentro del barreño y comenzó a tirarle agua a Ramiro - ¡Retíralo ahora mismo marrano!

- ¡Ni lo sueñes! – Contesto el imitando a Victoria con la poca agua que aún quedaba en el cubo - ¡Y no soy ningún marrano!

- ¡Já! Si no fueras tan marrano no te mojaría – Dijo ella sonriendo de oreja a oreja y tirando una ráfaga de agua con la fuerza de sus dos manos a la cara de Ramiro, que se quedaba casi sin agua.

- Pues me da que entonces los dos somos igual de marranos – Dijo Ramiro volcando directamente el poco contenido del cubo sobre Victoria, que acabó con el cubo como sombrero – Ves así estas mucho mejor, limpita.

Victoria se quito el cubo de la cabeza, vio a Alfonso al fondo de la estancia riéndose a pierna suelta y gritando que él no pensaba ir a por más agua. Y después miro a Ramiro que le dedico una sonrisa de triunfador. Ella torció los labios haciendo una mueca graciosa, sonrió y cuando Ramiro se confió se le echo encima dándole pellizcos y collejas.
Él la sujeto por los hombros y la levanto en el aire. Volvió a dejarla en el suelo y aprovechando su ventaja comenzó a darle suaves pellizcos en la barriga para no hacerla daño. Victoria comenzó a reír como una loca.


- Para, para – Gritaba entre risas – Cosquillas no por favor Ramiro


La risa de Victoria era tan contagiosa que Alfonso y Ramiro no podían dejar de reír, y aunque Ramiro no intentaba “darle pellizcos” a Victoria, ninguno de los tres pudo dejar de reír. Llamaron a la puerta y Alfonso, aún con la sonrisa en la cara abrió.

Emilia Ulloa se encontraba detrás de la puerta. Alfonso la invito a entrar y ella se quedo mirando la escena un tanto desencajada. La mesa a medio quitar, un charco de agua en el suelo. La ropa de Ramiro ligeramente mojada y Victoria con su larga cabellera oscura empapada. Ramiro cogió un paño limpio y se acerco a ella, le seco la cara.


- Victoria, vayamos al sol, que tienes que secarte esos pelos de loca que te has puesto hoy – Le dijo dedicándole una sonrisa fanfarrona y tendiéndole la mano, que ella cogió en seguida

- Alfonso me da en la nariz que no iras a por más agua, peor tendrás que recoger todo este desaguisado….- Le dijo sonriéndole ya saliendo por la puerta con Ramiro. Capto la indirecta de Ramiro incluso antes de que la dijera, aunque no le apetecía nada dejar a Emilia a solas con Alfonso. Sentía que lejos de hacerlo feliz, iba ha hacerle mas daño aún.
#20 eiza
eiza
15/09/2011 15:22
Emilia miro a Alfonso y sonrió. Esta tan guapa como siempre, pensó el jornalero, con su pelo recogido en esa trenza, con esos ojos que no se iluminan por mí. Bajo la mirada, le dolía hasta mirarla a los ojos. Mientras recogía platos de la mesa le preguntó.


- Y bien Emilia ¿qué te trae por aquí?

- Quería pedirte un favor – Dijo la chica. Alfonso le acerco un taburete y se sentó a su lado. La miro asintió con la cabeza. Ella prosiguió – Veras, esta tarde Severiano va a venir a recogerme a la taberna para dar un paseo. Y yo…bueno yo quiero hacerle un regalo, pero no se qué puedo regalarle, y he pensado que como tu eres su amigo, quizás se te ocurría algo y me pudieras ayudar.

- No – dijo el cortante aguantando el tipo como buenamente pudo – Lo siento Emilia pero para esos menesteres no puedo ayudarte. No conozco otros gustos de severiano que no sean el pajarete o el aguardiente – Y las faldas pensó, pero se mordió la lengua – Además si te esta cortejado debiera ser él el que te hiciera regalos. Y si vas a ser su novia cuanto menos deberías de conocerlo.

- Pero Alfonso, no puedo conocer aún sus gustos – Se justificó ella – Apenas hacen algo mas de una semana que llego a Puente Viejo, ni Dolores sabrá prácticamente nada sobre él.

- Por eso mismo – Le dijo él – Alomejor estas corriendo demasiado.

- No se porque no te alegras por mi Alfonso – Dijo ella levantándose del taburete bruscamente – Es cierto que apenas lo conozco pero estoy en ello.

- Pues tendras que buscar ideas para sus regalos en otra parte – Le recrimino el aguantando la ira – Yo tengo que salir a faenar

- Crei que esta tarde no teniais trabajo en los campos de Doña Francisca – Pregunto ella sorprendida.

- Asi es dijo él – Se han inundado unos bancales y Tristán ha dicho que no se puede trabajar hasta mañana que la tierra se chupe el agua y poder apreciar los daños. Pero tengo otras tierras donde trabajar. A mi el trabajo no me falta.

- Pues no te entretengo mas – contesto ella ya de pie junto a la puerta – Ya me las apañare.

Emilia salio. Alfonso inspiro y espiro unos segundos, intento tranquilizarse, contar hasta diez, pero la ira inundaba su cuerpo y su mente y en un acto de rabia, ira e impotencia arrasó con ambas manos los pocos utensilios del almuerzo que aún quedaban sobre la mesa. Grito con rabia y frustración y se fue de la casa antes que de Ramiro y Victoria llegaran.
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