Foro Bandolera
Una Arazana paralela para las Robereugenistas
Una Arazana paralela para las Robereugenistas
Por si acaso la plataforma PUEV (Por Una Eugenia Viva) no viera sus deseos cumplidos, aquí tenemos esta Arazana alternativa para Robereugenistas con un final digno de nuestra pareja.
ROBERTO Y EUGENIA. CAPÍTULO I.
En el cortijo de los Montoro, Álvaro cierra las puertas del despacho, se sirve una copa y se acomoda en la silla para disfrutar de las cartas de su madre que Sara le había hecho llegar hacía sólo un rato. Las repasa una a una con la mirada, sonriendo y recordando los momentos vividos con ella. Bajo los documentos y escondido en un falso fondo encuentra un pequeño libro. Es un diario. Lo abre y va de una página a otra sin saber por donde empezar a leer.
Rocío entra al salón con gesto compungido y portando una bandeja entre las manos.
- Roberto, discúlpeme.- Dice la criada interrumpiendo el repaso que hacía Roberto al libro de cuentas
- Dime Rocío ¿qué pasa?
- Es la Señorita Eugenia. – Anuncia con cara de preocupación.- Le prometo que lo estoy intentando, pero no quiere comer. No prueba nada desde ayer por la mañana.
Roberto, suspirando, cierra el libro de cuentas y lo deja sobre el sofá. Se levanta del sillón y se acerca hasta Rocío para recoger la bandeja.
- Muchas gracias. Voy a subir a verla, a ver si consigo que tome algo. Tú ve… a hacer las cosas que tengas que hacer.
Roberto sale del salón y dirige su mirada hacia las escaleras con cara de preocupación.
En la habitación de Eugenia, el reloj de la mesita de noche marca las seis de la tarde.
- Sé que ahora todo lo ves oscuro, mi niño, pero te prometo que serás feliz. Los tres seremos felices. - Susurra Eugenia, recostada en el cabecero de forja de su cama. - No hagas caso de nada porque yo sé que tu padre te quiere. Cuando nazcas se dará cuenta y, entonces, ya nada podrá separarnos.
Eugenia sonríe y tararea una canción a modo de nana, pero algo la hace callar. Llaman a la puerta.
- Eugenia, - se oye a Roberto tras la puerta,- soy yo.
- Pasa, Roberto – Responde la joven recomponiéndose.
Roberto abre la puerta, traspasa el umbral y deja la bandeja sobre la mesita de noche. Se pasea por la habitación sin saber muy bien que hacer. Eugenia lo sigue con la mirada.
- Eugenia, esto no puede seguir así. – Dice por fin decidido – Me ha dicho Rocío de desde ayer no pruebas bocao’. Tienes que comer algo. Si sigues así solo vas a conseguir enfermarte… - Duda unos segundos – Bueno, enfermaros los dos.
Eugenia mira a Roberto en silencio durante unos segundos.
- Está bien, comeré. – Responde la joven mientras sonríe dulcemente- Pero tienes que hacerme un favor.
Roberto se acerca con paso indeciso hasta los pies de la cama.
- ¿Qué necesitas?
- Ven aquí – le dice invitándole a ocupar un hueco en la cama junto a ella. – Siéntate conmigo.
Roberto duda unos instantes
- ¿Me prometes que comerás?
- Siii… Te lo prometo. Anda, ven aquí. Por favor.
Finalmente Roberto accede y se sienta junto a ella. Eugenia coge un bollito de la bandeja y le da un mordisco. Roberto la mira sonriendo.
- Desde hace unos días, - balbucea Eugenia mientras se traga el pedacito de dulce -hay momentos en que siento como nuestro hijo se mueve dentro de mí.
A Roberto le cambia el semblante por completo. La culpa se apodera de él y la tristeza se dibuja en su rostro.
- Pero ¿Por qué te pones triste? – le replica Eugenia cogiéndole la mano. – Fuiste tú el que me enseñó que la vida hay que tomarla como viene. Dios nos ha enviado este hijo para que lo queramos y lo cuidemos juntos. Está creciendo en mi vientre y no puedes hacer nada para evitarlo – Eugenia pone la mano de Roberto sobre su vientre. - ¿No puedes alegrarte ni siquiera un segundo? Mírame a los ojos y dime que no te hace ilusión, que quieres que no nazca.
Roberto agacha la cabeza. Las lágrimas inundan sus ojos aunque no se atreven a resbalar por sus mejillas. Contiene el llanto y se frota la cara con la mano que Eugenia le ha dejado libre.
- Habla Roberto. Háblame – le ruega Eugenia - ¿Qué sientes? ¿Qué piensas?
Roberto levanta la cabeza y su mirada se cruza con la de Eugenia. Quiere callar, pero no puede.
- No puedo decirte nada ¿no lo entiendes? Si te dijera lo que siento o lo que pienso sólo conseguiría hacerte más daño. Eugenia, yo no quiero que sufras. Yo sólo… yo sólo quiero que seas feliz.
Roberto calla durante unos segundos para aguantar el llanto. Eugenia lo mira fijamente.
- Yo lo único que deseo es que no fuésemos hermanos. Si tú y yo no… Te quiero Eugenia, y quiero a ese niño… y quisiera darte la vida que te mereces y hacerte feliz.
Roberto baja la mirada. No puede creer lo que acaba de decir, sabe que abriendo su corazón solo habrá conseguido crear en Eugenia unas esperanzas que no podrá cumplir. Al fin y al cabo Eugenia es su hermana y eso no puede cambiar por mucho que él lo desee. Eugenia, emocionada, le acaricia la cara sin acertar a decir más palabras que el nombre del hombre al que tanto quiere.
- Roberto…
El joven acaricia la mano de Eugenia con su cara. Alza la vista y se encuentra frente a frente con su mirada, sólo unos pocos milímetros los separan. Los dos se miran durante unos instantes que parecen eternos. Roberto cierra los ojos y recorre el escaso espacio existente entre sus labios y los de Eugenia y la besa dulcemente.
Mientras tanto, en el despacho, Álvaro no puede creer lo que acaba de leer.
- ¿Mi madre y el gobernador Yagüe? – Se repite para sí en voz alta.- No, no puede ser. Eugenia y Roberto…. No son hermanos.
Álvaro, angustiado, da una calada al cigarro encendido entre sus dedos. Suelta todo el humo de una bocanada.
En el cortijo de los Montoro, Álvaro cierra las puertas del despacho, se sirve una copa y se acomoda en la silla para disfrutar de las cartas de su madre que Sara le había hecho llegar hacía sólo un rato. Las repasa una a una con la mirada, sonriendo y recordando los momentos vividos con ella. Bajo los documentos y escondido en un falso fondo encuentra un pequeño libro. Es un diario. Lo abre y va de una página a otra sin saber por donde empezar a leer.
Rocío entra al salón con gesto compungido y portando una bandeja entre las manos.
- Roberto, discúlpeme.- Dice la criada interrumpiendo el repaso que hacía Roberto al libro de cuentas
- Dime Rocío ¿qué pasa?
- Es la Señorita Eugenia. – Anuncia con cara de preocupación.- Le prometo que lo estoy intentando, pero no quiere comer. No prueba nada desde ayer por la mañana.
Roberto, suspirando, cierra el libro de cuentas y lo deja sobre el sofá. Se levanta del sillón y se acerca hasta Rocío para recoger la bandeja.
- Muchas gracias. Voy a subir a verla, a ver si consigo que tome algo. Tú ve… a hacer las cosas que tengas que hacer.
Roberto sale del salón y dirige su mirada hacia las escaleras con cara de preocupación.
En la habitación de Eugenia, el reloj de la mesita de noche marca las seis de la tarde.
- Sé que ahora todo lo ves oscuro, mi niño, pero te prometo que serás feliz. Los tres seremos felices. - Susurra Eugenia, recostada en el cabecero de forja de su cama. - No hagas caso de nada porque yo sé que tu padre te quiere. Cuando nazcas se dará cuenta y, entonces, ya nada podrá separarnos.
Eugenia sonríe y tararea una canción a modo de nana, pero algo la hace callar. Llaman a la puerta.
- Eugenia, - se oye a Roberto tras la puerta,- soy yo.
- Pasa, Roberto – Responde la joven recomponiéndose.
Roberto abre la puerta, traspasa el umbral y deja la bandeja sobre la mesita de noche. Se pasea por la habitación sin saber muy bien que hacer. Eugenia lo sigue con la mirada.
- Eugenia, esto no puede seguir así. – Dice por fin decidido – Me ha dicho Rocío de desde ayer no pruebas bocao’. Tienes que comer algo. Si sigues así solo vas a conseguir enfermarte… - Duda unos segundos – Bueno, enfermaros los dos.
Eugenia mira a Roberto en silencio durante unos segundos.
- Está bien, comeré. – Responde la joven mientras sonríe dulcemente- Pero tienes que hacerme un favor.
Roberto se acerca con paso indeciso hasta los pies de la cama.
- ¿Qué necesitas?
- Ven aquí – le dice invitándole a ocupar un hueco en la cama junto a ella. – Siéntate conmigo.
Roberto duda unos instantes
- ¿Me prometes que comerás?
- Siii… Te lo prometo. Anda, ven aquí. Por favor.
Finalmente Roberto accede y se sienta junto a ella. Eugenia coge un bollito de la bandeja y le da un mordisco. Roberto la mira sonriendo.
- Desde hace unos días, - balbucea Eugenia mientras se traga el pedacito de dulce -hay momentos en que siento como nuestro hijo se mueve dentro de mí.
A Roberto le cambia el semblante por completo. La culpa se apodera de él y la tristeza se dibuja en su rostro.
- Pero ¿Por qué te pones triste? – le replica Eugenia cogiéndole la mano. – Fuiste tú el que me enseñó que la vida hay que tomarla como viene. Dios nos ha enviado este hijo para que lo queramos y lo cuidemos juntos. Está creciendo en mi vientre y no puedes hacer nada para evitarlo – Eugenia pone la mano de Roberto sobre su vientre. - ¿No puedes alegrarte ni siquiera un segundo? Mírame a los ojos y dime que no te hace ilusión, que quieres que no nazca.
Roberto agacha la cabeza. Las lágrimas inundan sus ojos aunque no se atreven a resbalar por sus mejillas. Contiene el llanto y se frota la cara con la mano que Eugenia le ha dejado libre.
- Habla Roberto. Háblame – le ruega Eugenia - ¿Qué sientes? ¿Qué piensas?
Roberto levanta la cabeza y su mirada se cruza con la de Eugenia. Quiere callar, pero no puede.
- No puedo decirte nada ¿no lo entiendes? Si te dijera lo que siento o lo que pienso sólo conseguiría hacerte más daño. Eugenia, yo no quiero que sufras. Yo sólo… yo sólo quiero que seas feliz.
Roberto calla durante unos segundos para aguantar el llanto. Eugenia lo mira fijamente.
- Yo lo único que deseo es que no fuésemos hermanos. Si tú y yo no… Te quiero Eugenia, y quiero a ese niño… y quisiera darte la vida que te mereces y hacerte feliz.
Roberto baja la mirada. No puede creer lo que acaba de decir, sabe que abriendo su corazón solo habrá conseguido crear en Eugenia unas esperanzas que no podrá cumplir. Al fin y al cabo Eugenia es su hermana y eso no puede cambiar por mucho que él lo desee. Eugenia, emocionada, le acaricia la cara sin acertar a decir más palabras que el nombre del hombre al que tanto quiere.
- Roberto…
El joven acaricia la mano de Eugenia con su cara. Alza la vista y se encuentra frente a frente con su mirada, sólo unos pocos milímetros los separan. Los dos se miran durante unos instantes que parecen eternos. Roberto cierra los ojos y recorre el escaso espacio existente entre sus labios y los de Eugenia y la besa dulcemente.
Mientras tanto, en el despacho, Álvaro no puede creer lo que acaba de leer.
- ¿Mi madre y el gobernador Yagüe? – Se repite para sí en voz alta.- No, no puede ser. Eugenia y Roberto…. No son hermanos.
Álvaro, angustiado, da una calada al cigarro encendido entre sus dedos. Suelta todo el humo de una bocanada.
HOLAA!!!
La polaina me ha encantado.Gracias por el fanfic!!!
Ya me lo estoy imaginando todo como si fuese una peli!!
AHora solo falta video ilustrativo y fotitos!!
Se agradece mucho dado los momentos actuales y lo que nos queda!!!
La polaina me ha encantado.Gracias por el fanfic!!!
Ya me lo estoy imaginando todo como si fuese una peli!!
AHora solo falta video ilustrativo y fotitos!!
Se agradece mucho dado los momentos actuales y lo que nos queda!!!
LaPolaina, yo soy Saramiguelista, pero debo reconocer que esta historia, tu historia me encanta!!! Sigue cuando puedas ^^
Yo como silvaniaa soy saramiguelistaa de corazón..... pero tambien un poco robereugenista ya que tambien queria su final feliz...en fin me quedo como saramiguelistaa pa siempre pero tu historia seguro que me encantaa
ROBERTO Y EUGENIA. CAPÍTULO II.
Roberto se separa lentamente de Eugenia. Abre los ojos y, entonces, se da cuenta de lo que acaba de hacer. Se levanta precipitadamente de la cama y da unos cuantos pasos largos para alejarse. Camina de un sitio a otro sin saber a donde mirar.
- Roberto.
Eugenia no recibe respuesta. Roberto está fuera de sí, desoye las palabras de su hermana y no es capaz si quiera de mirarla a la cara.
- Esto… Esto es una locura... Cómo he podido…
- Roberto, tranquilízate.
- ¡Cállate Eugenia! ¡Cállate! – grita acercándose y apoyándose en las filigranas de metal de los pies de la cama. – Eugenia, olvídate de todo. Olvida lo que he hecho, olvida lo que he dicho. Yo no… Esto no tendría que haber pasao’.
- Pero Roberto, tú…
- ¡Nada ha cambiado, Eugenia! Tú y yo jamás podremos estar juntos ¡Jamás!
Roberto abre la puerta de la habitación y se va dando un portazo.
- ¡Roberto, espera! – Grita Eugenia desde la cama.
Roberto baja las escaleras acelerado y se topa con Álvaro en el pasillo.
- ¿Sé puede saber qué demonios te pasa? – Pregunta Álvaro con desprecio, interponiéndose en la marcha de Roberto hacia la puerta del cortijo. – Creí que esta casa era lo bastante grande como para no tener que ir tropezando contigo por cada esquina.
- ¡Déjame en paz! ¡Ahora no estoy de humor para aguantar tus tonterías!– Responde Roberto dejando a su hermano con la palabra en la boca.
Rocío transita veloz por los pasillos haciendo sus tareas.
- Rocío.
- ¿Sí, Don Álvaro?
- ¿Sabes tú qué bicho le ha picado a ese?
- Yo no sé nada, Don Álvaro. – Responde Rocío atemorizada por el tono del señorito.- Lo único que puedo decirle es que Roberto subió a ver a la Señorita Eugenia hace un rato.
- Está bien, puedes retirarte.
Álvaro arquea la ceja y mira pensativo a ninguna parte. Se saca del bolsillo interior de la chaqueta el pequeño diario de su madre y lo mira. Vuelve a guardarlo y sube escaleras arriba hacia la habitación de su hermana.
Se oyen unos golpes en la puerta y esta se abre. Álvaro entra a la habitación de Eugenia cerrando la puerta a su paso.
- ¿Cómo estás, hermanita?
- Déjame en paz, Álvaro.
Eugenia se revuelve en la cama para recostarse y dar la espalda a su hermano, que la mira preocupado.
- ¿Eugenia, qué te he hecho para que me hables así? Yo sólo quiero cuidarte.
- No, Álvaro. – Le replica Eugenia sin molestarSE en mirarle a la cara. – Tú sólo quieres que el hijo que esperamos Roberto y yo no nazca. Sólo quieres que él se vaya de esta casa y que yo vuelva a estar a tu merced para disponer de mí y de mi vida como te venga en gana.
Álvaro agacha la cabeza. Sabe que en realidad su hermana tiene mucha razón. Se toca la chaqueta a la altura del bolsillo donde guarda el diario de su madre. Rodea la cama arrodillándose junto a su hermana.
- ¿De verdad crees que soy tan… egoísta? Yo lo único que intento es mirar por tus intereses, por lo que más te conviene. Ya que parece que tu no estás dispuesta a hacerlo. – Álvaro acaricia la cara de su hermana con cariño. – Mírate. Todo el día aquí encerrada, sin comer, triste… ¿Crees que Roberto merece que estés así por él?
- Roberto es mi vida, Álvaro. No sé cuando vas a darte cuenta de que no podré ser feliz jamás si no es a su lado.
- Hermanita, te he oído decir eso demasiadas veces. – Le dice a Eugenia intentando hacerla entrar en razón. - ¿Con cuantos hombres has decidido pasar el resto de tu vida? ¿No te das cuenta de que Roberto sólo es uno más de esos caprichos? ¿¡No te das cuenta de que Roberto es… tu hermano!? Lo vuestro es absolutamente imposible.
- Tienes mucha razón, Álvaro.
En la cara del joven se dibuja un gesto de satisfacción que pronto apaga su hermana, que continua hablando.
- Es verdad que por mi vida han pasado muchos hombres. Por eso sé que Roberto es diferente. Lo que siento por él es más fuerte que cualquier otra cosa que haya sentido jamás. Sé que somos hermanos, pero por más que llevo ese pensamiento a mi cabeza, mi corazón y lo que siento por él siempre van un paso por delante. Puede que tú no lo entiendas porque nunca has amado a nadie de verdad y no creo que seas capaz de hacerlo. Roberto es mi hermano, sí, pero es el hombre de mi vida y me quedaré junto a él como una desgraciada o como la mujer más feliz del mundo, pero no me separaré de él jamás y nunca podré dejar de quererle por mucho que tú, él, la sociedad y el mundo entero me digan que debo hacer lo contrario. Estoy sufriendo, sí, pero ojalá puedas sentir algún día algo tan grande y tan maravilloso como lo que siento yo por Roberto, sólo entonces sabrás que tu vida ha valido la pena. Cuando ese día llegue me comprenderás y yo lo único que desearé es que esa mujer te corresponda y podáis ser felices.
Las palabras de Eugenia, la serenidad y la madurez con que pronuncia cada idea y cada sentimiento, conmueven el duro corazón de Álvaro que termina derramando una lágrima que se seca rápidamente con la mano. El joven Montoro saca del bolsillo el pequeño diario y lo abre.
Roberto se separa lentamente de Eugenia. Abre los ojos y, entonces, se da cuenta de lo que acaba de hacer. Se levanta precipitadamente de la cama y da unos cuantos pasos largos para alejarse. Camina de un sitio a otro sin saber a donde mirar.
- Roberto.
Eugenia no recibe respuesta. Roberto está fuera de sí, desoye las palabras de su hermana y no es capaz si quiera de mirarla a la cara.
- Esto… Esto es una locura... Cómo he podido…
- Roberto, tranquilízate.
- ¡Cállate Eugenia! ¡Cállate! – grita acercándose y apoyándose en las filigranas de metal de los pies de la cama. – Eugenia, olvídate de todo. Olvida lo que he hecho, olvida lo que he dicho. Yo no… Esto no tendría que haber pasao’.
- Pero Roberto, tú…
- ¡Nada ha cambiado, Eugenia! Tú y yo jamás podremos estar juntos ¡Jamás!
Roberto abre la puerta de la habitación y se va dando un portazo.
- ¡Roberto, espera! – Grita Eugenia desde la cama.
Roberto baja las escaleras acelerado y se topa con Álvaro en el pasillo.
- ¿Sé puede saber qué demonios te pasa? – Pregunta Álvaro con desprecio, interponiéndose en la marcha de Roberto hacia la puerta del cortijo. – Creí que esta casa era lo bastante grande como para no tener que ir tropezando contigo por cada esquina.
- ¡Déjame en paz! ¡Ahora no estoy de humor para aguantar tus tonterías!– Responde Roberto dejando a su hermano con la palabra en la boca.
Rocío transita veloz por los pasillos haciendo sus tareas.
- Rocío.
- ¿Sí, Don Álvaro?
- ¿Sabes tú qué bicho le ha picado a ese?
- Yo no sé nada, Don Álvaro. – Responde Rocío atemorizada por el tono del señorito.- Lo único que puedo decirle es que Roberto subió a ver a la Señorita Eugenia hace un rato.
- Está bien, puedes retirarte.
Álvaro arquea la ceja y mira pensativo a ninguna parte. Se saca del bolsillo interior de la chaqueta el pequeño diario de su madre y lo mira. Vuelve a guardarlo y sube escaleras arriba hacia la habitación de su hermana.
Se oyen unos golpes en la puerta y esta se abre. Álvaro entra a la habitación de Eugenia cerrando la puerta a su paso.
- ¿Cómo estás, hermanita?
- Déjame en paz, Álvaro.
Eugenia se revuelve en la cama para recostarse y dar la espalda a su hermano, que la mira preocupado.
- ¿Eugenia, qué te he hecho para que me hables así? Yo sólo quiero cuidarte.
- No, Álvaro. – Le replica Eugenia sin molestarSE en mirarle a la cara. – Tú sólo quieres que el hijo que esperamos Roberto y yo no nazca. Sólo quieres que él se vaya de esta casa y que yo vuelva a estar a tu merced para disponer de mí y de mi vida como te venga en gana.
Álvaro agacha la cabeza. Sabe que en realidad su hermana tiene mucha razón. Se toca la chaqueta a la altura del bolsillo donde guarda el diario de su madre. Rodea la cama arrodillándose junto a su hermana.
- ¿De verdad crees que soy tan… egoísta? Yo lo único que intento es mirar por tus intereses, por lo que más te conviene. Ya que parece que tu no estás dispuesta a hacerlo. – Álvaro acaricia la cara de su hermana con cariño. – Mírate. Todo el día aquí encerrada, sin comer, triste… ¿Crees que Roberto merece que estés así por él?
- Roberto es mi vida, Álvaro. No sé cuando vas a darte cuenta de que no podré ser feliz jamás si no es a su lado.
- Hermanita, te he oído decir eso demasiadas veces. – Le dice a Eugenia intentando hacerla entrar en razón. - ¿Con cuantos hombres has decidido pasar el resto de tu vida? ¿No te das cuenta de que Roberto sólo es uno más de esos caprichos? ¿¡No te das cuenta de que Roberto es… tu hermano!? Lo vuestro es absolutamente imposible.
- Tienes mucha razón, Álvaro.
En la cara del joven se dibuja un gesto de satisfacción que pronto apaga su hermana, que continua hablando.
- Es verdad que por mi vida han pasado muchos hombres. Por eso sé que Roberto es diferente. Lo que siento por él es más fuerte que cualquier otra cosa que haya sentido jamás. Sé que somos hermanos, pero por más que llevo ese pensamiento a mi cabeza, mi corazón y lo que siento por él siempre van un paso por delante. Puede que tú no lo entiendas porque nunca has amado a nadie de verdad y no creo que seas capaz de hacerlo. Roberto es mi hermano, sí, pero es el hombre de mi vida y me quedaré junto a él como una desgraciada o como la mujer más feliz del mundo, pero no me separaré de él jamás y nunca podré dejar de quererle por mucho que tú, él, la sociedad y el mundo entero me digan que debo hacer lo contrario. Estoy sufriendo, sí, pero ojalá puedas sentir algún día algo tan grande y tan maravilloso como lo que siento yo por Roberto, sólo entonces sabrás que tu vida ha valido la pena. Cuando ese día llegue me comprenderás y yo lo único que desearé es que esa mujer te corresponda y podáis ser felices.
Las palabras de Eugenia, la serenidad y la madurez con que pronuncia cada idea y cada sentimiento, conmueven el duro corazón de Álvaro que termina derramando una lágrima que se seca rápidamente con la mano. El joven Montoro saca del bolsillo el pequeño diario y lo abre.
LaPolaina me encanta! Esta historia sí y no la que han escrito los guionistas! Deberían ser más honestos y si cogen ideas del foro que las cojan por completo, no solo lo que les interese para dejarnos con este final tan amargo.
No me digas que alvaro POR FIN va a hacer una buena accion?? Yo esto no me lo pierdo!!
Por cierto, me encantaa!! :D
Por cierto, me encantaa!! :D
Ohhhh, esto si que es un final decente y no la mierda que nos están haciendo ver, LaPolaina deberías sustituir ipso facto al Tirso Calero ese que es un amargao que no tiene corazón!
¡¡Muchas gracias por vuestras palabras y por el recibimiento de esta historia!! :D
Me dispongo a escribir el tercer capítulo ¡¡Espero que poder subirlo en breve!!
Me dispongo a escribir el tercer capítulo ¡¡Espero que poder subirlo en breve!!
ROBERTO Y EUGENIA. CAPITULO III (PRIMERA PARTE)
En su habitación, Eugenia soporta con resignación la visita de su hermano que le incomoda sobremanera. Álvaro, afectado por el sincero discurso que su hermana había pronunciado segundos antes, se disponía a leerle el diario de la madre de ambos.
- Hay algo que quiero que leas, Eugenia.
- Si es otro de tus estudios sobre niños enfermos puedes ahorrártelo.
- No, no es eso. Léelo, por favor.
- Lo único que me apetece es que te marches y me dejes descansar.
Ante la negativa de su hermana, Álvaro se levanta desclavando las rodillas del suelo, cierra el diario y se dirige hacia la puerta. Antes de salir, mira a Eugenia durante unos segundos. Retrocede y se sienta en el sillón que hay junto a la cama.
- Está bien, si no quieres leerlo, estupendo. Pero al menos escúchalo.
Álvaro saca de nuevo el diario y busca entre las páginas. Coge aire, dirige la mirada a su hermana, la devuelve al diario, se rasca la frente. Sabe que si le dice a Eugenia lo que sabe ya serán imposibles los intentos por alejar a Roberto de la familia. Mira fijamente durante unos segundos la página en la que su madre habla de Rodolfo Yagüe y la pasa rápidamente… Empieza a leer la siguiente.
- Es una niña preciosa, la llamaremos Eugenia…
Álvaro lee en voz alta las palabras en las que su madre cuenta el nacimiento de su hermana y como fueron sus primeros días de vida, omitiendo cualquier referencia a su verdadero padre. Mientras tanto, Eugenia, sonríe y se abraza el vientre imaginando como podrá sentir la misma felicidad que sintió su madre cuando ella nació gracias al hijo que espera.
La noche se iba tragando lentamente la luz del sol de Arazana. Las lámparas de aceite y las velas comenzaban a encenderse en el interior de las casas y los negocios del pueblo.
Roberto entra cabizbajo a la taberna y busca con la mirada un lugar en el que poder sentarse.
- Julieta. – Le dice con la voz temblorosa a la tabernera. – Ponme una jarra de cualquier cosa, por favor.
- Ahora mismito. – Contesta buscando en la estantería detrás de la barra.
Julieta, acercándose a la mesa con una jarra de barro y un vaso de cristal entre las manos, mira el semblante desesperado y triste de Roberto.
- ¡Ay! ¿Qué nos pasa hoy Roberto? – pregunta la tabernera intentando alegrarle el ánimo mientras sirve- ¿Mal de amores? Mira que eso no se arregla con pajarete ¿eh?
- Espero no parecer desagradable, pero prefiero beber sólo. No me apetece hablar con nadie ahora mismo.
- Bueeeno. Como quieras. Aquí te dejo.
Roberto enciende un cigarrillo y le da una calada, expulsa el humo lentamente intentado tranquilizarse. Apoya los brazos en la mesa y se sostiene la cabeza con las manos. Un hombre canoso y de barba poblada entra a la taberna.
- Buenas tardes, señorita.
- Buenas tardes, caballero. – Contesta Julieta risueña – Dígame ¿qué le sirvo?
- DeMe una botella de orujo y un vaso.
La camarera busca la botella y el vaso mientras intenta saciar su curiosidad sobre el caballero.
- Me parece que no es usted de por aquí…
- Y le parece bien.
- ¿Y que hace un caballero como usted en un pueblo como este? ¿Qué se le ha perdido en Arazana?
- El pasado, señorita. – Responde el hombre mientras sigue a Julieta hasta una mesa próxima a la de Roberto – Cuando el final de uno está cerca, los recuerdos atormentan y es mejor irse dejando las cosas atadas y resueltas.
- Aahh… - Responde la tabernera sin saber muy bien de que está hablando – Claro, claro. Tiene usted toda la razón.
El hombre se sienta y Julieta le sirve la copa y le deja la botella en la mesa. Tras la enigmática respuesta del misterioso hombre, Julieta se vuelve a la barra. Roberto mira al hombre de arriba a bajo con curiosidad.
- ¿Qué mira, joven?
- Na’, lo siento. – Se disculpa apresurado Roberto. – Es que, no sé por qué, no me resultá usted desconocío. Me da la impresión de haberlo visto antes.
- Y puede que tenga razón. Mi nombre es Rodolfo Yagüe y fui gobernador provincial en otros tiempos. Me atrevería a decir que en otra vida.
Roberto, conocedor de la fama de corrupto del antigüo gobernador nota como sus nervios se encrespan, pero está demasiado abatido para discutir.
- ¿Y usted es? – Le pregunta Rodolfo intentando seguir la conversación.
- Roberto, Roberto Montoro.
En su habitación, Eugenia soporta con resignación la visita de su hermano que le incomoda sobremanera. Álvaro, afectado por el sincero discurso que su hermana había pronunciado segundos antes, se disponía a leerle el diario de la madre de ambos.
- Hay algo que quiero que leas, Eugenia.
- Si es otro de tus estudios sobre niños enfermos puedes ahorrártelo.
- No, no es eso. Léelo, por favor.
- Lo único que me apetece es que te marches y me dejes descansar.
Ante la negativa de su hermana, Álvaro se levanta desclavando las rodillas del suelo, cierra el diario y se dirige hacia la puerta. Antes de salir, mira a Eugenia durante unos segundos. Retrocede y se sienta en el sillón que hay junto a la cama.
- Está bien, si no quieres leerlo, estupendo. Pero al menos escúchalo.
Álvaro saca de nuevo el diario y busca entre las páginas. Coge aire, dirige la mirada a su hermana, la devuelve al diario, se rasca la frente. Sabe que si le dice a Eugenia lo que sabe ya serán imposibles los intentos por alejar a Roberto de la familia. Mira fijamente durante unos segundos la página en la que su madre habla de Rodolfo Yagüe y la pasa rápidamente… Empieza a leer la siguiente.
- Es una niña preciosa, la llamaremos Eugenia…
Álvaro lee en voz alta las palabras en las que su madre cuenta el nacimiento de su hermana y como fueron sus primeros días de vida, omitiendo cualquier referencia a su verdadero padre. Mientras tanto, Eugenia, sonríe y se abraza el vientre imaginando como podrá sentir la misma felicidad que sintió su madre cuando ella nació gracias al hijo que espera.
La noche se iba tragando lentamente la luz del sol de Arazana. Las lámparas de aceite y las velas comenzaban a encenderse en el interior de las casas y los negocios del pueblo.
Roberto entra cabizbajo a la taberna y busca con la mirada un lugar en el que poder sentarse.
- Julieta. – Le dice con la voz temblorosa a la tabernera. – Ponme una jarra de cualquier cosa, por favor.
- Ahora mismito. – Contesta buscando en la estantería detrás de la barra.
Julieta, acercándose a la mesa con una jarra de barro y un vaso de cristal entre las manos, mira el semblante desesperado y triste de Roberto.
- ¡Ay! ¿Qué nos pasa hoy Roberto? – pregunta la tabernera intentando alegrarle el ánimo mientras sirve- ¿Mal de amores? Mira que eso no se arregla con pajarete ¿eh?
- Espero no parecer desagradable, pero prefiero beber sólo. No me apetece hablar con nadie ahora mismo.
- Bueeeno. Como quieras. Aquí te dejo.
Roberto enciende un cigarrillo y le da una calada, expulsa el humo lentamente intentado tranquilizarse. Apoya los brazos en la mesa y se sostiene la cabeza con las manos. Un hombre canoso y de barba poblada entra a la taberna.
- Buenas tardes, señorita.
- Buenas tardes, caballero. – Contesta Julieta risueña – Dígame ¿qué le sirvo?
- DeMe una botella de orujo y un vaso.
La camarera busca la botella y el vaso mientras intenta saciar su curiosidad sobre el caballero.
- Me parece que no es usted de por aquí…
- Y le parece bien.
- ¿Y que hace un caballero como usted en un pueblo como este? ¿Qué se le ha perdido en Arazana?
- El pasado, señorita. – Responde el hombre mientras sigue a Julieta hasta una mesa próxima a la de Roberto – Cuando el final de uno está cerca, los recuerdos atormentan y es mejor irse dejando las cosas atadas y resueltas.
- Aahh… - Responde la tabernera sin saber muy bien de que está hablando – Claro, claro. Tiene usted toda la razón.
El hombre se sienta y Julieta le sirve la copa y le deja la botella en la mesa. Tras la enigmática respuesta del misterioso hombre, Julieta se vuelve a la barra. Roberto mira al hombre de arriba a bajo con curiosidad.
- ¿Qué mira, joven?
- Na’, lo siento. – Se disculpa apresurado Roberto. – Es que, no sé por qué, no me resultá usted desconocío. Me da la impresión de haberlo visto antes.
- Y puede que tenga razón. Mi nombre es Rodolfo Yagüe y fui gobernador provincial en otros tiempos. Me atrevería a decir que en otra vida.
Roberto, conocedor de la fama de corrupto del antigüo gobernador nota como sus nervios se encrespan, pero está demasiado abatido para discutir.
- ¿Y usted es? – Le pregunta Rodolfo intentando seguir la conversación.
- Roberto, Roberto Montoro.
ROBERTO Y EUGENIA. CAPÍTULO III (SEGUNDA PARTE)
- Disculpe ¿Ha dicho Montoro? – Interroga el exgobernador – La última vez que estuve en Arazana visité el cortijo y no recuerdo que hubiera ningún otro Montoro además de Don Germán, su hijo Álvaro y… su hija… Eugenia…
El gesto de Rodolfo cambió al pronunciar el nombre de la joven. En Roberto, el nombre de esa mujer que era a la vez su hermana y el amor de su vida, causó también un efecto parecido.
- Sí, Álvaro y Eugenia son mis hermanos. Bueno, es una historia larga y poco interesante. – Titubea Roberto, intentando salir del paso – Digamos que cuando usted vino, yo aún no había llegado.
Rodolfo Yagüe coge la botella y su copa a la vez que se levanta y se dirige a la mesa de Roberto.
- ¿Le importa que me siente con usted? La verdad es que necesito hablar con alguien.
- Eh… No, no. Adelante. Supongo que no está bien que dos caballeros beban solos.
- Creo que se adelanta. Desgraciadamente a mí de caballero ya me queda poco.
- Pues, no es eso lo que aparenta.
- Sé que no le interesará lo más mínimo, pero he llegado a este pueblo para hacer algo… algo a lo que le llevo dando vueltas desde que sé que me queda poco tiempo a causa de una extraña enfermedad a la que ni los médicos saben ponerle un nombre.
- Vaya lo… Lo siento mucho, señor Yagüe.
- No se preocupe, eso es lo de menos. El caso es que… Hace muchos años deje algo aquí, en Arazana. Y ahora no sé, si después de tanto tiempo, tengo derecho a recuperarlo.
- No se a qué se refiere, pero si esa cosa es suya… No veo cual es el problema. Búsquela y llevesela.
- El problema es que no se trata de una cosa, sino de una persona.
Roberto escucha en silencio a Rodolfo. Es cierto que no le apetece hablar con nadie, pero el saber que hay más gente con problemas, sino tanto, casi tan complicados como los de uno mismo es un consuelo de tontos, sí, pero consuelo al fin y al cabo. Aquella charla distraía su mente. Rodolfo, ansioso por poder desahogarse con alguien, encontró en Roberto un oído dispuesto a escuchar sus problemas, por lo que continúo hablando.
- Hace mucho tiempo ame a una mujer con toda mi alma. Ella era mi refugio en el mundo y yo el suyo. Desde que ella murió perdí el norte ¿sabe? Me volví ruin y rastrero, un trápala, me entregué a placeres que ahora sé que no valen la pena.
- Lo siento mucho, pero, creo que no debería ser tan duro consigo mismo.
- Creamé, no lo soy. El caso es que esa mujer y yo teníamos un secreto. Un secreto que afecta a más personas, a una familia entera. Ella me pidió que callara entonces, y callé. Pero… Ahora que veo a la muerte de cerca, no sé si debo hacer como ella y llevarme el secreto conmigo, o si debo revelarlo y poner la vida de toda esa gente patas arriba.
- Señor Yagüe, de otra cosa puede que no, pero de secretos que se guardan toda una vida se demasiao’ y muy a mi pesar. Mi consejo es que, sean cuales sean las consecuencias, hable usted antes de que pase más tiempo y sucedan cosas que ya no se puedan cambiar.
Roberto y Rodolfo se miraron en silencio. Casi sin conocerse, se habían entendido a la perfección.
Mientras tanto, Eugenia, sentada en la cama oía atentamente a su hermano, que seguía leyendo el diario de su madre a la luz de un quinqué. Álvaro termina el pasaje que hablaba sobre su hermana y cierra el diario. Se levanta. Le da un beso en la frente y se dispone a salir de la habitación.
- Álvaro, gracias.
- ¿Por qué?
- Por leerme el diario de madre. Siento haber sido tan duro contigo antes.
- No hace falta que te disculpes, hermanita.
- Si, si hace falta. Te he dicho cosas horribles y tú, a cambio, me has animado leyéndome todas esas cosas que contaba mamá.
Álvaro la miraba con ternura, pero algo le mantenía intranquilo. Sabía que aún no le había leído a su hermana lo que realmente necesitaba saber para ser feliz.
- Te haces el duro y el arrogante, pero eres un sol. – Eugenia se pone de rodillas sobre la cama y besa a su hermano en la mejilla. - ¿Comprendes ahora por qué deseo tanto tener este niño? Los bebés solo traen dicha y alegría. Todo sería perfecto si Roberto, él y yo pudiéramos ser una familia normal. Me harían tan feliz…
Sin mediar palabra y antes de que le diera tiempo a arrepentirse, Álvaro abre el diario y comienza a leer callando a Eugenia que lo mira sorprendida.
- Si no fuera por los ratos que Rodolfo y yo pasamos en la casona, la vida se haría insoportable. Germán sólo piensa en esa Carmen Saura y su frialdad me hace sentir tan sola…
Álvaro continua leyendo ante la atónita mirada de su hermana.
- Disculpe ¿Ha dicho Montoro? – Interroga el exgobernador – La última vez que estuve en Arazana visité el cortijo y no recuerdo que hubiera ningún otro Montoro además de Don Germán, su hijo Álvaro y… su hija… Eugenia…
El gesto de Rodolfo cambió al pronunciar el nombre de la joven. En Roberto, el nombre de esa mujer que era a la vez su hermana y el amor de su vida, causó también un efecto parecido.
- Sí, Álvaro y Eugenia son mis hermanos. Bueno, es una historia larga y poco interesante. – Titubea Roberto, intentando salir del paso – Digamos que cuando usted vino, yo aún no había llegado.
Rodolfo Yagüe coge la botella y su copa a la vez que se levanta y se dirige a la mesa de Roberto.
- ¿Le importa que me siente con usted? La verdad es que necesito hablar con alguien.
- Eh… No, no. Adelante. Supongo que no está bien que dos caballeros beban solos.
- Creo que se adelanta. Desgraciadamente a mí de caballero ya me queda poco.
- Pues, no es eso lo que aparenta.
- Sé que no le interesará lo más mínimo, pero he llegado a este pueblo para hacer algo… algo a lo que le llevo dando vueltas desde que sé que me queda poco tiempo a causa de una extraña enfermedad a la que ni los médicos saben ponerle un nombre.
- Vaya lo… Lo siento mucho, señor Yagüe.
- No se preocupe, eso es lo de menos. El caso es que… Hace muchos años deje algo aquí, en Arazana. Y ahora no sé, si después de tanto tiempo, tengo derecho a recuperarlo.
- No se a qué se refiere, pero si esa cosa es suya… No veo cual es el problema. Búsquela y llevesela.
- El problema es que no se trata de una cosa, sino de una persona.
Roberto escucha en silencio a Rodolfo. Es cierto que no le apetece hablar con nadie, pero el saber que hay más gente con problemas, sino tanto, casi tan complicados como los de uno mismo es un consuelo de tontos, sí, pero consuelo al fin y al cabo. Aquella charla distraía su mente. Rodolfo, ansioso por poder desahogarse con alguien, encontró en Roberto un oído dispuesto a escuchar sus problemas, por lo que continúo hablando.
- Hace mucho tiempo ame a una mujer con toda mi alma. Ella era mi refugio en el mundo y yo el suyo. Desde que ella murió perdí el norte ¿sabe? Me volví ruin y rastrero, un trápala, me entregué a placeres que ahora sé que no valen la pena.
- Lo siento mucho, pero, creo que no debería ser tan duro consigo mismo.
- Creamé, no lo soy. El caso es que esa mujer y yo teníamos un secreto. Un secreto que afecta a más personas, a una familia entera. Ella me pidió que callara entonces, y callé. Pero… Ahora que veo a la muerte de cerca, no sé si debo hacer como ella y llevarme el secreto conmigo, o si debo revelarlo y poner la vida de toda esa gente patas arriba.
- Señor Yagüe, de otra cosa puede que no, pero de secretos que se guardan toda una vida se demasiao’ y muy a mi pesar. Mi consejo es que, sean cuales sean las consecuencias, hable usted antes de que pase más tiempo y sucedan cosas que ya no se puedan cambiar.
Roberto y Rodolfo se miraron en silencio. Casi sin conocerse, se habían entendido a la perfección.
Mientras tanto, Eugenia, sentada en la cama oía atentamente a su hermano, que seguía leyendo el diario de su madre a la luz de un quinqué. Álvaro termina el pasaje que hablaba sobre su hermana y cierra el diario. Se levanta. Le da un beso en la frente y se dispone a salir de la habitación.
- Álvaro, gracias.
- ¿Por qué?
- Por leerme el diario de madre. Siento haber sido tan duro contigo antes.
- No hace falta que te disculpes, hermanita.
- Si, si hace falta. Te he dicho cosas horribles y tú, a cambio, me has animado leyéndome todas esas cosas que contaba mamá.
Álvaro la miraba con ternura, pero algo le mantenía intranquilo. Sabía que aún no le había leído a su hermana lo que realmente necesitaba saber para ser feliz.
- Te haces el duro y el arrogante, pero eres un sol. – Eugenia se pone de rodillas sobre la cama y besa a su hermano en la mejilla. - ¿Comprendes ahora por qué deseo tanto tener este niño? Los bebés solo traen dicha y alegría. Todo sería perfecto si Roberto, él y yo pudiéramos ser una familia normal. Me harían tan feliz…
Sin mediar palabra y antes de que le diera tiempo a arrepentirse, Álvaro abre el diario y comienza a leer callando a Eugenia que lo mira sorprendida.
- Si no fuera por los ratos que Rodolfo y yo pasamos en la casona, la vida se haría insoportable. Germán sólo piensa en esa Carmen Saura y su frialdad me hace sentir tan sola…
Álvaro continua leyendo ante la atónita mirada de su hermana.